Ésta no va a ser una crónica al
uso. De hecho si buscáis épica os aconsejo que no sigáis leyendo o que os
descarguéis “300” porque no terminé la carrera. Si queréis saber porqué
continuad…
El día anterior las previsiones
eran de sol, lluvia, chuzos de punta, tormentas, meteoritos y viento a punta pala. Vamos, las siete
plagas bíblicas. Aún así decidimos ir y plantearlo como una excursión
abortable.
Teniendo la salida a las 09:30,
puse el despertador a las 05:30 (tenía casi dos horas de viaje desde Gijón). A
esas horas, un sábado y por la autovía lo único que se veían eran coches
poligoneros (lo siento, un Seat León amarillo con llamas en el lateral estilo
Hot Wheels, lunas tintadas de negro y Juan Magán a todo trapo es de poligoneros
por mucho que le pese a mi hijo mediano).
La hidratación hizo su efecto y
al inicio del desvío para Somiedo tuve que entrar en boxes. “Está entrando en
el concejo de Somiedo” o algo así. Acaba
de amanecer y empieza a sonar el “Welcome to Paradise” de Greenday, menuda
metáfora.
Llego a la Pola de Somiedo a eso de las 08:00 y el pueblo ya estaba
petado. A eso de las 09:00 ya estaba en Valle del Lago, lugar de salida y tenía
que buscar mi dorsal que por error se lo habían dado a otro. Cinco minutos
antes de salir llega la familia y retrocedo para despedirme. Segunda vez que me
llaman desde la organización, esta vez porque salgo cinco minutos tarde.
Con el coche escoba (premonición
al canto) empiezo a correr una cuesta asfaltada muy tendida que en menos de un
kilómetro abandonamos para empezar el trail de verdad. Andando rápido empiezo a
alcanzar corredores desde el segundo kilómetro. Voy como un tiro (eso creo),
los bastones los llevo como si los hubiese llevado toda la vida. Da tiempo para
hablar (u oír, en mi caso), que si el trail de Mallorca, el de Pirineos, el de
Marte… y yo con menos pedigrí que un perro de escayola me limito a oír. El
tiempo es perfecto: nublado pero sin llover y sin viento. El terreno con alguna
piedra pero en continua subida me permite alegrías como correr en algún tramo.
EL sol se asoma y permite ver los picos en todo su esplendor. Con unos ritmos
muy controlados llego a Lago del Valle. En un entorno idílico toca reponer agua
mirando al Lago y aprovechando para echar alguna foto.
Mi retorcida mente
financiera-runner (menudo cóctel explosivo) calcula que debo ir unos 20 minutos
por encima del cierre por lo que me relajo y disfruto del paisaje. Estoy a
1.500 metros y feliz como una perdiz.
A partir de ese momento el camino
se difumina y pica hacia arriba durante un par de kilómetros. Las Salomon
empiezan a demostrar sus cualidades agarrándose como pulpo a la piedra viva. Girando
en una curva uno se da cuenta de porqué Somiedo es Somiedo.
Aquí iba como una bala. Sólo faltaban los hobbits saltando
Altitud 1.750 y
empieza una bajada por una pista que va bordeando los distintos lagos de
Saliencia (Cerveiriz, Negro, de la Cueva). El suelo es oscuro, casi color
caldera. Y es que hasta durante siglos se extrajo mineral de hierro por aquí.
Con continuos toboganes en los que me lo paso teta sigo incrementando mi
“colchón” hasta más allá de los 40 minutos en el km 15, justo la tercera parte
del recorrido y el avituallamiento en La Farrapona, a 1.750 metros de altura.
Me vengo arriba cuando veo a mis dos hijos pequeños y a mi mujer que llevan
esperando un bien rato allí. De estraperlo consigo dos nubes para los enanos y
me pongo gincho de nubes, frutos secos, acuarios y chocolate. Estoy exultante y
pienso que no es para tanto. La ignorancia es atrevida y osada.
Justo encima del puerto, en la
frontera con León, se alza el puerto de Los Bígaros, una peña que hay que
subir… y bajar. En poco menos de un kilómetro hay que subir unos 300 metros,
entre jaramagos al principio y roca pelada al final. No pasa nada, en fila
india voy subiendo…y justo al final a gatas. En ese momento se levanta un
viento del sur bastante tocapelotas… en 29 minutos he subido. Pero todo lo que
sube baja… si hay cojones. Los mismos voluntarios te dicen que bajes con
cuidado “¡¡coño!! Si estos son más de monte que un muflón ¿cómo será la
cuesta?” La puta cuesta de Los Bígaros es una puta pared de la que cuelgan
piedras con más miedo que vergüenza. Sigo las banderillas porque debe ser lo menos difícil “¿Vertigo?” me
pregunta uno “No, miedo” “¿Y qué diferencia hay?” “El vértigo paraliza, el
miedo ralentiza”. Para más INRI el helicóptero de rescate da más vueltas que la
Noria del Tívoli. La escena de Frodo y Sam Sagaz bajando a Mordor me viene a la
cabeza; cómo se despeñan las putas piedras, que cogen una velocidad que no
veas. Poquito a poco y con ese pensamiento de “¿quién coño me mandaría
apuntarme?” bajo al trantrán. En 33 minutos hago un kilómetro con un tramo en
el que puedo andar… imaginad el ritmo que llevaba. Ha dejado de llover, el aire
no lo noto (menos mal).
Una vez abajo me meto por la
braña de La Mesa y la Foz de los Arroyos. Un tramo chulísimo. De nuevo vuelvo a
disfrutar con el paisaje, con la carrera, con el agua. Sigue haciendo buen
tiempo… y recupero algo de tiempo porque puedo correr. Pero la (mala)
experiencia de la bajada se va extendiendo. El perfil del siguiente puerto
(parecido, pero más bajo), unas nubes negras realmente amenazadores y el coche
escoba en Saliencia son factores que van sumando. No tengo ganas de echar fotos
al que considero el mejor tramo (por bello) que he corrido. Para colmo el
corredor-cierre me alcanza y empieza a
¿motivarnos? A los que vamos con él a base de meternos caña. Joder, lo que me
faltaba, en Somiedo metiéndome prisa, coño, para eso no está una cosa que se
hace por gusto.
Llegamos a Saliencia con diez minutos
por encima del cierre de control. Y en ese momento decido abandonar. Sí,
abandonar. La expectativa de una nueva bajada parecida y un tormentón por ahí
no me atrae. Y llevar durante cuatro horas a un Pepito Grillo al lado tampoco.
Ojo, que esa tiene que ser su función, pero no me atraía nada. Los macarrones
con tomate me saben como dos cuartos de lechazo bien servidos, qué buenos.
Cuando voy a darle el dorsal a la voluntaria me pregunta “¿de verdad vas a
abandonar?” y me da razones para no hacerlo.. que si el siguiente puerto no es
tan duro, que lo intentes y si no abandonas en el siguiente punto… después de
la bajada. Físicamente me encuentro bien: he hecho los CaCos de manual, no me
he flipado; me he hidratado y comido gominolas o frutos secos en las subidas.
He corrido en las bajadas. Por un momento dudo pero me reafirmo en mi decisión.
Km 23 y 4:20. No es lo mismo “sufrir” media hora o una hora que cuatro horas
con dos mil metros más de desnivel. Fin.
Cojo el autobús de regreso a Pola
de Somiedo y, casualidades, allí está la familia. Ya en Pola me encuentro con
Óscar que ha abandonado lesionado y nos tomamos el reglamentario tercio de
Mahou (éste sí que debería ser material obligatorio en todas las carreras). A eso de las
cuatro se desata una tormenta de esas que pondría cachondo al mismísimo Noé.
Nos alegramos de haber abandonado.
Sin embargo… UNA NUEVA ESPERANZA
… al día siguiente ya estaba dándole vueltas a qué había hecho mal porque mi
intención es la de volver y terminarla.
Mi hijo mayor me decía “ya sé porqué
se llama SoMIEDO”. Pues va a ser que sí, que otro año será Sofrito, Soterrado,
Sefiní pero no SoMIEDO. “Volveré”.
Estoy convencido de que he
empezado la casa por el tejado, por lo que toca cambiar de estrategia y
reinventarse. Me ha gustado demasiado el trail como para dejarlo por tres
piedras de nada. Pero este análisis da para otro post.
PD: Acabo de apuntarme al Medio Maratón de Somosierra, con 900D+ y subida al Pico de las Tres Provincias