El fin de semana pasado noté un fervor olímpico
desbordado. Como si se tratase de una nueva operación bikini o una época de
propósitos, el caso es que el JC1 estaba petado el domingo bien temprano.
Como casi todos los domingos de verano, salí a
eso de las 08:30, que hay que aprovechar que no hace tanto calor y que
precisamente por ese calor hay que ir después a la piscina.
Buscando la sombra como los perros, me fui por
Villarrosa y el carril bici hasta El Capricho. Es impresionante la frondosidad
de este parque en verano. Apenas hay sol, lo que lo hace perfecto para correr
si no es porque sólo abre los fines de semana. Para entrar, además, no puedes
llevar bicicletas, ni balones ni calcetines blancos. Abren a las nueve, y a esa
hora estaba como un clavo. Hasta que me fui, seis kilómetros más tarde, era el
único visitante. “Buenos días”, me daba palo cruzarme con los jardineros sin
saludarlos.
Los patos se asustaban al notar mi presencia, y
los gorriones ni te cuento. Entre la humedad y la frondosidad de la vegetación
es fácil que haya más de cinco grados de diferencia con el exterior.
Volviendo para casa por el JC1 noté, como contaba
antes, que había mucha más gente corriendo que cualquier otro domingo a esas
horas. ¿Émulos de Usain Bolt que se habían empalmado con la carrera del día
anterior? ¿Operación bikini una semana antes de irse a la playa por haber
reventado el susodicho probándolo? ¿salida tempranera para ir a la piscina
después o ver la maratón femenina?
Me imagino que un poco de todo. El caso es
que ninguno de los que corríamos teníamos ni el estilo ni la gracilidad ni el
tipito ni por supuesto la velocidad de los keniatas/eritreos/etíopes que habían
corrido el 10.000 la noche anterior.
Al final, y para ser pleno verano, me salió un
rodaje más que decente de algo más 15 kms a 5:02. Eso sí, con dos paradas técnicas
para beber, que el Lorenzo picaba que no veas.
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