Este
fin de semana corrí la Carrera de Proniño, con llegada y salida en el
edificio de Telefónica en Las Tablas (me niego a llamar “barrio” a una
sucesión interminable de urbanizaciones cerradas de cuatro alturas
de ladrillo visto con piscina y pádel).
Fiel
a mis principios, me fui en bici tranquilamente. ¿Transporte público?
No, gracias, después de la última subida, a dos pavos el trayecto sin
consumición, se me antoja caro para hacer dos transbordos y tardar
una hora. Veinticinco minutos, aparcando en la misma línea de salida y
cuatro pavos a la buchaca (muchas gracias Esperanza, por preocuparte de
nuestra salud). Lo del coche descartado, que cogerlo para evitarse la
molestia de ir veinte minutos en bici es como
ponerle a tus hijos una bolsa de plástico en la cabeza y encender el
motor.
No
me gustó nada Las Tablas. Siendo políticamente correcto, es una puta
mierda. Para vivir allí tienes que actuar como uno de los pioneros que
cruzaban el Mississipi en La Larga Carrera hacia el Oeste, con el
carro pertrechado con todos los útiles necesarios para la vida:
semillas, una vaca, un buey con su arado, dos cerdos, ropa,
herramientas, una escopeta para cazar ciervos, una bayoneta por si entra
un cuatrero en casa, pólvora y una brújula por si el GPS se
queda sin cobertura. Porque más allá de algún que otro bar (cerrado) no
hay nada más. Ni un chino donde comprar el pan de chicle que se pone
como el mármol en dos horas. Nada. Vamos, que como te quedes sin papel
higiénico un sábado, literalmente, la has cagado.
O te limpias el culo con el periódico del día o con el Ipad si es que
dejaste de comprarlo precisamente porque te habías gastado 500 pavos en
un cacharro para no gastarte un pavo en el periódico.
No
había muchos participantes, sólo 2.500, y asombrosamente, los cajones
eran respetados. En el calentamiento me noto algo cargado el sóleo
derecho (que exquisito me estoy volviendo). Diez minutos antes de la
salida entro al cajón “¿nos metemos en el de menos de 40?” “vale, a
echarle huevos”. Calor a las 08:45. “Vamos a pasarlas putas”.
La
salida, como los buenos encierros de San Fermín, es limpia y rápida.
Martín Fiz y Chema Martínez se me escapan porque yo quiero, ya caerán al
final. Primer kilómetro en 4:02, segundo en 3:51. “Joder, voy más
rápido que en las series”. Las pulsaciones se me disparan a 172 y tengo
que bajar el ritmo porque si no, no llego y vamos cuesta abajo. El
siguiente a 4:08 y las pulsaciones bajan a 164. Me encuentro mejor.
El
barrio me sigue pareciendo horrible, no hay nadie animando, y la poca
vida que se ve está encabronada porque los municipales no dejan pasar a
los pocos coches que se ven y que, por lo visto, no pueden esperar
los quince minutos que tardamos en pasar ni pueden dar la vuelta por
donde han venido (por lo visto deben ir de gasolina como los aviones de
Ryanair). Al final de una larga avenida giramos sobre nuestros pasos,
acompañando al trazado del Tren de la Risa oficialmente
denominado “Metro Ligero”. Ya voy a la velocidad de crucero, 4:14 y
4:13 en el km 4 y 5 respectivamente.
Calor,
mucho calor, agarro una botella de agua, le pego un sorbo de camello y
me echo el resto por encima. Sólo un contenedor amarillo para que
tiremos las botellas vacías, ¡¡viva la sostenibilidad y el reciclaje!!
“¡¡Mirad, una persona!!” “¡¡Joder, y un bar!” “¿Será un espejismo?”
“¡Bah, está cerrado!” Llegamos al límite entre Las Tablas y Montecarmelo
marcado por la vía de tren, y subimos una cuesta matadora del carril
bici que no tenía más de treinta metros. Los dos
siguientes los clavo a 4:20, y empiezo a hacer mis cálculos. Bajar de
42:00 es factible. Me hubiese gustado cantar eso de “Vamos muy bien..”
pero hubiese sido una mentira cochina. Iba bien de ritmo, pero las
pulsaciones estaban en 168 desde el km 6. A pesar
de ello, y quizás por ver el Distrito C en lontananza, el km 8 lo hago
en 4:14, y el 9 en 4:18.
Mi
deformada mente financiera hace unos cálculos rápidos: “si repites el
último km bajas de 42:00”. En el 9,5 nos cruzamos con Chema Martínez,
que está estirando y nos anima “¡¡Venga chavales, quinientos metros
cuesta abajo!”. En realidad era alguno más, doblamos la curva y
efectivamente era cuesta abajo. Aprieto las pestañas, porque el ritmo
era imposible. Me dejo llevar. Veo el cronómetro borroso por mi miopía.
Cuando alcanzo a atisbar los últimos números veo un
41:45 como un cortijo, y aprieto. Aprieto para pasar rápido. Una, dos,
tres, cuatro alfombras azules. ¡¡41:55 según el cronómetro y 41:50 de
tiempo neto!!. Mi posición general fue el 162º de 2.352, 86º de mi
categoría.
Se
trata de mi Mejor Marca Personal (para los cool fashion, “Personal
Best”), y un minuto por debajo de mis previsiones de 43:00. Tampoco es
que haya corrido muchos diezmiles (éste era mi cuarto), pero el anterior
era de 2010 con 42:14 y encima fui descalificado por un problema del
chip.
Me
habían dicho que era una carrera rápida. Y una mierda como el sombrero
de un picador. A lo mejor en Octubre puede que lo sea, pero en Junio no.
¿Y esos toboganes gratuitos de las avenidas fantasma? no hay
nada más que ver el tiempo con el que terminó Chema Martínez, 31:05. O
Martín Fiz, 33:26. O incluso Fabián Roncero, quien tocó pelo con 35:05.
Joder, que el campeón del mundo de maratón (por equipos) “sólo” me sacó
41 segundos por kilómetro.
Salvo
las zonas interiores del Distrito C, no había una mísera sombra. Los
plátanos recién plantados apenas si dan sombra a los pocos gorriones que
tienen cojones para salir con este calor. Como soy de los primeros
en llegar todavía no hay aglomeraciones en el ropero, ni en la llegada y
quedan bebidas frías.
Son
las diez menos cuarto y toca esperar, que los enanos vienen de camino
con su camiseta, listos para correr. Mientras tanto los castillos
hinchables, rocódromo y tirolina ya han empezado a funcionar para
amenizar
la espera de los niños que han ido con sus padres a las ocho y media.
Incluso el camión de bomberos empieza a tirar espuma desde la escalera
desplegada. Y no, no hay ningún grupo de suecas bailando en la espuma
con camisetas mojadas.
Después
de que terminase una actuación de ¿un mago? Que contaba unos chistes
malísimos empiezan las carreras de los enanos. Pelayo corre ligero como
una moto, potente como un camión, acompañado de Rayo, Rey y
Sigis en su dorsal. La medalla se la pone Martín Fiz, lo cual le hace
más ilusión al padre que al hijo, quien sólo tenía ojos para la medalla y
el refresco. Después corre Álvaro quien, tras una mala salida, llega de
los últimos, pero se lleva su medalla igualmente.
Una hora después tuvo un momento de pánico al pensar que había perdido
la medalla, pero no, Martín la estaba guardando.
¿Lo
mejor del día? Por supuesto que la sirena del coche de bomberos, que no
paramos de hacerla sonar, y la espuma que tiraban. Y el “togogán”. Y el
aquarius de después de la dura carrera de 200 metros. Y la medalla.
Ah, por cierto ¿he escrito por algún sitio que hice 41:50? Bueno, eso
también.
Muy buen ritmo joer!!! Las Tablas se parece a la ciudad del paseo, le faltan las tipicas pelusas enormes de las pelis del oeste...
ResponderEliminarEnhorabuena por el carreron!
creí verlas, pero eran espejismos.
Eliminargracias!
Thunder,...Lo de las Tablas es como un entrenamiento para el maraton des Sables,... Incluso en el maraton verías más gente,... En serio, socio. Enhorabuena por el marcón. Un abrazo
ResponderEliminarmuchas gracias, a ver si lo refrendo en otoño. ¿maratón des Sables? en verano me planteo el año q viene.
ResponderEliminarFelicidades, con este calor correr un 10.000 tiene mérito. Chema se te escapó por poco.
ResponderEliminargracias, tuve una mala salida y después ya no pude. je, je...
EliminarFantástico, la crónica y tu carrera!!! Enhorabuena, menudo ritmo para el calor de cojones, como dices tú, que debió hacer.
ResponderEliminarY estoy de acuerdo con esa descripción que haces de estos nuevos ensanches que se gasta Madrid a los alrededores, ciudades fantasma-dormitorio.
(Lo de trayecto si consumición...me ha encantado!)
Muchas gracias.
Eliminarlo del trnasporte público es q es para pensárselo. Pero bueno, ya está plantada la semilla para la subida de la gasolina.
Ir yo solo al Retiro en metro a una carrera me costaría cuatro pavos, lo mismo q un cervezón bien fresquito en una terracita del Retiro.