Antes de apuntarme al gym tuve una primera experiencia
algo traumática en esto de los vestuarios colectivos. Me apunté a un club de
pádel. “¡¡Ya era hora!” “Con todo lo que rajabas del pádel y vas y te
apuntas!”. Dejadme continuar, coño, que un defecto que tenemos es que no
dejamos hablar en general.
Sí, me apunté a un
club de pádel PEROOOOO sólo para usar el vestuario, complemento circunstancial
que cambia todo el sentido de la frase.
El precio era baratito si sólo entraba al vestuario, lo
que estaba muy bien.
Lo primero que me sorprendió fue el tipito apolíneo o
silfídico que gastan los padeleros en general, versión pija urbana de las
raquetas de playa con la gitana o el toro estampado de toda la vida pero que
por arte del birbilirloque se metamorfosea en una pala un poco más ancha y de
60 pavos p’arriba. De hecho pensé que me cobraban tan poco porque abarcaba la
mitad que la mayor parte de todos ellos. Al tener una talla 48, pensé, mi
consumo de agua debía ser de por lo menos la tercera parte de estos padeleros.
Y es que los abdominales, más que para rallar limones los tienen para robarlos
(escondidos) en el Mercadona.
Me sorprendió también el equipo que hace falta para
“jugar” una hora al pádel. Tres raquetas, dos polos (uno con un caballo y otro
con la banderita de España), dos pantalones (uno corto y otro largo por si
refresca), gafas de sol polarizadas, cinta para el pelo, gorra sahariana, muñequeras,
sudadera “por si refresca”, funda para móvil de 600 pavos, seis paquetes de
pelotas, toalla grande (para la ducha) y pequeña (para el sudor, nos ha jodido
mayo con las flores), albornoz, pantunflas, los mandos del Scalextric y una
estampa de Nuestra Señora de la Cabeza, patrona de Andújar por aquello de
dame-lo-que-no-tengo. Ah, y la espada láser por si se caldean los ánimos, que
todo el mundo sabe que es un deporte de alto riesgo.
Para movilizar tamaño equipaje, por supuesto, hay que
maniobrar antes de entrar en el aparcamiento (perdón, en el vestuario). Ah, si
llueve (aunque sea orballo) no se juega, que la lluvia en Madrid mata. Para la
transpirenaica que se apretó Kilian desde Fuenterrabía a la Costa Brava hizo
falta menos equipo.
Y yo con mi mariconera del Kipsta, donde caben las
zapatillas, el champú+desodorante, banda HRM más la mochila de travesía de
niños con la toalla-tanga superabsorbente del Decartón, las mallas cortas y la
camiseta.
Todo este equipo, al final, implica que cuando juegan
cuatro amigos al pádel tengan que delimitar un perímetro de seguridad en el
vestuario fuertemente protegido con alambres de espino en forma de convoy de
mochilones colocados en batería a lo largo del pasillo que ríete tú del
check-point Charli de Berlín ¿se nota que estoy leyendo “El Umbral de la
Eternidad?”. La comunicación tiene que hacerse a grito pelado, enumerando
glorias pasadas y vacilando con la camiseta que nos regalaron de un campeonato
de pádel del hotel “all inclusive” de Gandía donde pasamos el verano, más
meritorio a su entender que el IM de Lanzarote. Y es que el todo incluido es
para alicatadores de extrarradio, pero para nosotros los pijos existe el “all
inclusive”.
Una maquina de bebida isotónica (hay que recuperar)
colocada al lado de otra de envasados en la que lo más equilibrado que había era una palmera de chocolate.
También me llamó la atención en que para “hacer deporte”
haya que ir en un coche lo más grande posible a con una pegatina de Tarifa Surf
(haría falta una tabla tipo carguero para que no se hundiese con estas
sílfides) y otra de Pádel Lobb. La medalla del Rocío en el retrovisor es
opcional. Si no tienes un coche de más de dos toneladas no te permiten entrar
al aparcamiento, oye.
¿Y los estiramientos? Los del pádel cometen la temeridad
de no estirar después de “hacer deporte”. ¿Hay necesidad? Yo, a mi pesar, estiro menos de lo necesario
(siempre tenemos la sensación de estirar menos de lo necesario) durante cinco
minutos. “¿te pasa algo?” me preguntó la de recepción u estirando
isquiotibiales con los pies en forma de cuatro. “no, es que yo soy así de
estirado” le contesté con un juego de palabras que no sé si llegó a pillar. Y
es que la pobre se enteró el mismo día (porque yo se lo conté) que el carril
bici estaba en esos arbolitos que hay al otro lado de la calle. Mucha
información que procesar, que la dejé hiperventilando con ese caudal de información..
¿Qué hay del nivel de los jugadores? Si hablas con
cualquiera todos te dirán que son de “nivel medio”. ¿Nivel medio? ¿Como el
nivel medio de inglés que dicen tener todos los españoles porque se aprendieron
en el colegio la letra del “Yellow submarine”. En el running al menos tenemos
medidas absolutas como “Mejor Marca Personal”, “ritmo de competición”; somos
lentos, muy lentos o keniatas pero si nos preguntan por nuestro nivel
respondemos por algo que sea tan interpretable en cualquier parte como el
Sistema Métrico Internacional.
Por otra parte siempre está una de las eternas
cuestiones; junto con el “¿quiénes somos?¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?”
(grande Siniestro) está la CUESTIÓN POR ANTONOMASIA: el pádel: ¿juego o
deporte? Sin lugar a dudas es juego; he visto a jugadores de dominó echar la
caja de pesicolas (el seis doble) con más ahínco y resolución que un revés
liftado en el pádel. ¿se suda jugando al pádel? Hay quien sí y hay quien no,
depende del calor que haga, que el efecto Camacho aún perdura en nuestras
retinas.
Pero una razón definitiva por la que no juego al pádel es
que veo menos que un gato de escayola. Llamadlo coquetería o comodidad, el caso
es que con mi miopía me comería hasta las bolas ésas del Pilates con dos
cuernos y los ojos de Bob Esponja. Eso y una aprensión hiperbólica a meterme
nada el ojo como una lentilla hacen que vaya con los ojos apretados como los de
un oriental estreñido en plena faena más por la falta de visión que por el
esfuerzo.
Paradojas de la vida, hay huevos para apretarse un
maratón pero no para meterse el dedito (la puntita) en el ojo. Por mucho que
diga mi padre que “un tío se arranca el ojo, le pone la lentilla, le echa el
líquido y se vuelve a poner el ojo pero no dice no puedo, no puedo”. Yo no
puedo, y es que hice la mili en el arma de Ingenieros y no en el de Infantería
“Lepanto” nº 2.
Al final me invitaron a irme. Problemas para pagar (para
uno que quiere pagar y lo sabotean), unos vestuarios manifiestamente
mejorables, ausencia absoluta de corredores y la apertura de un gimnasio “low
cost” cerca hicieron el resto. Eso sí, un año después todavía me mandan
invitaciones para apuntarme a cuquitorneos de pádel.