jueves, 28 de julio de 2011

No sin mi GPS

Hace tiempo, sólo cabían dos posibilidades plenamente justificables que te hicieran dejar de correr. La primera es que Angelina Jolie o/y Brad Pitt (según gustos) te abordara/n a la hora de la comida y te pidiesen repetir la caída de Sodoma y Gomera. La segunda era que te hubieses olvidado los trastos de correr en casa, ya que no era plan de irte a correr con los castellanos o volver oliendo a tigre a la oficina (en el primer caso, por ser reflexivo, se perdonaba). Dado lo inverosímil de la primera debido a que seguramente estarían rodando lejos de tu oficina de extrarradio, sólo era posible la segunda.

Pero en estos tiempos de revolución tecnológica, una nueva causa se cierne en el horizonte, la de la inoperancia puntual de los cacharros que llevamos para correr. Los más frikis y los más pedantes utilizan el palabro “gadget”, que queda más “cool” pero que no deja de evidenciar una falta de uso de la memoria lectiva más allá del manual de instrucciones del penúltimo caprichito del niño.

Conozco a algunos autodenominados runners que han suspendido su entrenamiento porque el Garmin estaba sin carga. Totalmente ofendidos con la poca capacidad de la batería (es lo que tienen los cachorros tecnológicos, que si los usas se descargan) y no con su olvido la noche anterior de ponerlo a cargar, se vuelven a meter en el gimnasio poniendo a parir a la granputamadredelgarmindeloscojones”.

Y es que claro, si salieran sin la función GPS activada no podrían ganarle nuevamente al “Virtual Partner” que tienen configurado. Para los profanos, el “Virtual Partner” de los pulsómetros no es más que un tamagochi que no pide ni agua, ni comida; se conforma con que le saquen a pasear, aguantándose incluso las ganas de cagar. El “Virtual Partner”, además, es tan bueno y considerado que cuando te tienes que parar en un semáforo él se espera también, esté donde esté; eso sí que es un colega, y no los que te quieres sólo para beber cervezas y ver el fútbol.

Que yo sepa de lo que se trata es de que un cacharrito nos ayude a saber cuánto corremos, a qué ritmo, velocidad, diferenciando incluso entre fases de ascenso y descenso, por tramos…. Y no de que tengamos que correr cuando un cacharrito funciona.

En lo meramente deportivo, acabo de empezar esta semana corta madrugando, con un rodaje suave al principio pero creciente, terminando a una media de 5:00 para doce kilómetros a 140ppm. Al final noté una ligera molestia en mi isquio querido, pequeña, pero molestia al fin y al cabo. A ver si termina de desaparecer y puedo empezar a meter algo de caña a finales de semana.










sábado, 23 de julio de 2011

Metiendo caña (de España)

Durante los últimos dos meses he estado troticochineando. Como he tenido que cambiar la hora de mis salidas a unas horas en las que se confunde el final del día con el inicio del siguiente, recién levantado el cuerpo no me pedía caña (pasar de 30-40 pulsaciones por minuto a 160-170 en menos de un cuarto de hora da vértigo).

Como he contado hasta ahora, además, ver amanecer mientras se corre es una experiencia que merece ser admirada y, para ello, los ritmos no pueden ser muy altos si de lo que se trata es de disfrutar. Digamos que he aparcado la planificación para priorizar las sensaciones.

Pero, claro, con este mariconismo indefinido el cuerpo al final lo nota en forma de pérdida de esa punta de velocidad. Poco a poco, he notado cómo los umbrales aeróbicos pasaban de un honroso troticochineo a un vergonzoso Pocoyó, llegando a 137 ppm para un ritmo de 5:30 (vale, 17 kms en pista terrosa y algo de viento, pero lejos, muy lejos de mis marcas invernales).

¿Que qué es hacer el Pocoyó? para los que no estéis muy familiarizados con este muñeco, pinchad el enlace y veréis cómo corre; si luego os sentís reconocidos ya sabéis, subid el ritmo.

Así que he decidido de nuevo empezar a trabajar ese umbral anaeróbico al que no le he hecho mucho caso de unas semanas a esta parte. Ayer empecé el primer kilómetro bien, 4:49. Con los semáforos del principio y el coste de arrancada, lo normal. Después cuatro kilómetros a 4:25 ¡¡¡oh!!!! con una media de 147 ppm la cosa olía a gloria deportiva, adelantaba a paseantes, corredores y a algún ciclista poco hábil (por decir algo). Pero, de repente, la hecatombe. Pinchazo en el isquio izquierdo, desde la base media hasta justo por encima del gemelo. Bajo el ritmo un poco y me voy a 4:38 en el sexto, y las molestias, aunque menores, persistían. Miedo, mucho miedo, pero llegados a este punto lo dejo. Mejor darle descanso que seguir haciendo el Pocoyó y joderse aún más sin necesidad.

Eso sí, al menos se ha despertado ese ansia oculta de currarse el umbral anaeróbico. ¿Mañana? ¿El martes? Quién sabe, lo que si sé es que será la próxima vez.

sábado, 16 de julio de 2011

Lecciones de un niño de tres años (casi cuatro)

Aviso para navegantes, hoy viene un post moña, alejado del tono habitual del blog.

No sé quien dijo eso de que un hijo es un libro en blanco en el  que escribimos  a diario su personalidad (si es que alguien lo ha dicho). Pienso que es falso o, al menos, incompleto, ya que un hijo también nos puede enseñar muchas cosas o, más bien, recordárnoslas, ya que debemos tenerlas en nuestro subconsciente, igual que lo tenía el padre cascarrabias de Gwendy, Juan y Miguel que salía en Peter Pan.

La visión de lo que nos pasa cambia muchísimo de cómo lo afrontemos. A continuación una crónica de un jueves a las ocho de la mañana, desde el punto de vista de un adulto y desde el de un niño de tres años.
ADULTO
En plena ola de calor, a primera hora de la mañana la temperatura ya abrasa a pesar de que aún no se ha asomado el sol. Es jueves y el fin de semana no termina de llegar. Con los recortes presupuestarios, el metro pasa cada cinco minutos en lugar de cada tres, y a partir de la semana que viene, cada siete, por culpa de la mala costumbre de los conductores de metro de irse de vacaciones. El cierre trimestral está siendo un desastre, la gente está de los nervios en la oficina porque no cumplimos el presupuesto que aún no sabemos pero que se ha modificado dos veces (eso sí que  lo sabemos). Como no he podido levantarme cinco minutos antes, cuando  llegue me tendré que tomar el mismo café insulso y el  otro cruasán duro de máquina de todos los días con tal de no pararme cinco minutos en la cafetería de abajo, que tiene un olor a fritanga que me impregna la corbata y que luego no se quita ni a tiros. Encima hoy toca reunión con el jefe y seguro que me cae una bronca tremenda porque en el último pogüerpoin tuve la osadía de escribir PyG ("Pérdidas y Ganancias") en lugar de P&L ("Profits and Losses").
NIÑO DE TRES AÑOS

Hoy no tengo que ponerme el abrigo ¡¡qué bien!! tardo menos en vestirme.  Cuando salgo a la calle es de día y hay mucha gente corriendo o yendo en bici por el parque, pero yo tengo otras cosas que hacer. Tengo que ir en Metro ¡¡bien!! y no sólo uno, sino dos  ¡¡qué divertido!! además, uno de ellos es el número ocho ¡¡mi favorito, el de Fernando Alonso!!. Hace calor, con lo que esta tarde pienso tomarme un helado enorme. Tengo cita con la doctora, pero me da igual, porque antes me voy a tomar el desayuno con una de churros (y si no hay me da igual, con una de porras). Al final he tenido que esperar una hora (o más), pero me ha dado igual porque he estado jugando a coches todo el rato. La doctora  me ha enseñado unas fotos de perritos y he tenido que buscar unos coches en un cuadro muy grande lleno de dibujos y después me ha felicitado porque me he portado como un niño grande.

Al final tenemos que elegir entre levantarnos (y vivir) encabronados esperando a que llegue ese fin de semana que no llega y que se pasa tan rápido, despreciando los cinco días que hay en medio, o esas vacaciones para las que faltan cinco meses. O, por otra parte, podemos disfrutar de esos momentos que pasamos con los que nos importan de verdad, bien sea yendo en metro, tomándonos un colacao en el bar, jugando con las pistolas de agua o bebiendo una cerveza.

Nos preocupamos más de si podemos comprar o no ese X5 fruto de nuestros desvelos que nos hará llegar en siete horas a Gandía que de lo que vamos a disfrutar esas dos semanas que vamos a pasar con la familia. De lo que se trata es de disfrutar del camino, más que con el destino ése que puede que llegue o puede que no, y, de llegar, puede que nos guste o puede que no.

Si hay que buscar una aplicación al mundo runner, podría decirse que de lo que se trata es de disfrutar cuando se corre, más que con lo que se corre, en forma e kilómetros o de marcas. Lo segundo es una consecuencia de lo primero, y nunca debe ser un fin en si mismo. Ser (o no) sub3:00 en Maratón no es tan importante como disfrutar cuando se entrena; correr por debajo de 04:00 el 10.000 es secundario si entrenamos con desgana, motivados sólo por estos "objetivos" cortoplacistas que un momento dejaron de ser medios para convertirse en fines. Pero bueno, qué coño, esto no es más que el reflejo de la sociedad actual, donde importa más lo que eres ("soy sub3:00, y tú un paria sub4:00") que cómo eres. Corredores somos y en el camino nos encontraremos.

Como en la canción de la película de "La Vida de Bryan" de los Monty Python, "Always look at the bright side of life", al final hay que elegir. Tirí, tiriririrí.....

For life is quite absurd
And death's the final word
You must always face the curtain with a bow.
Forget about your sin - give the audience a grin
Enjoy it - it's your last chance anyhow.

So always look on the bright side of death
Just before you draw your terminal breath


miércoles, 6 de julio de 2011

Barefooting

Hay cosas que no llego a entender, que me rompen unos esquemas mentales largamente modelados en el subconsciente. Uno de esos casos es el barefooting (para los profanos y los presidentes del Gobierno, correr descalzo o, a lo sumo, con unas zapatillas tipo Tórtola o chanclas).
En el mundo del running (o en el de las carreras), todo (o casi todo) parecía estar inventado. Las carreras populares se han ido extendiendo tanto en número como en distancia, siendo ya bastante habitual que haya bastantes populares en las ultramaratones. A los pulsómetros sólo les hace falta indicarnos el parte meteorológico en los próximos quince minutos, como en la Fórmula 1, por si nos tenemos que llevar ropa de seco, mojado o entretiempo, vayamos a ponernos malitos. Las zapatillas han llegado a tal grado de sofisticación que es imposible conocer todos los sistemas de amortiguación que tiene cada marca, y todas te ofrecen modelos de entrenamiento (temporada fría o de calor, con goretex por si llueve) y de competición.

Desde hace muchos años, se nos ha vendido la moto por parte de las marcas de calzado deportivo la excelencia (que, con posteriormente devino en necesidad) de tener una buena amortiguación. ¿Quién no recuerda las míticas Air Jordan para poder jugar y machacar el aro en baloncesto? Los que las compraron, por supuesto, siguieron sin machacar el aro, y mucho menos jugaron mejor. Los que, por escepticismo o por presupuesto, no nos las compramos seguimos con nuestras J’Hayber Pista, Yumas, Puma (las españolas, no las alemanas, que entonces eran DasslerPuma) o Adidas

Nos decían que para evitar el desgaste articular era necesario tener un refuerzo que estabilizara el talón, a modo de “cámara de aire” que actuase como un muelle que volviese a impulsar el pie con más fuerza y redistribuyese la fuerza del impacto entre toda la superficie del pie. Antes o después, cuando corremos “talonamos” más o menos, tanto más cuanto más cansados estemos, de ahí que ese “defecto” se intente corregir con las zapatillas de alta tecnología. Más o menos eso era lo que yo entendía, seguro que alguien puede exponerlo de forma más técnica.

Pues ahora va a ser que no, que hay que olvidarse de la amortiguación como fin en sí mismo. El otro día me llegó el típico enteradillo de oficina (también conocido como tocapelotas) diciéndome que estaba dejando el “running” (en el cual, en su única aparición en una prueba de 10.000 casi consigue bajar de una hora debido a que “se colocó mal en la salida” de una carrera de 3.000-4000 personas) para pasarse al “barefooting” en busca de nuevos horizontes deportivos “que le motiven”. Como este personaje es el típico que encuentra los vuelos a un euro y tiene todos los cacharros tecnológicos antes de que salgan porque “un amigo me lo ha traído de Nuevallor a mitad de precio”, yo asentí como si lo conociera, concediéndole el beneficio de la duda, y después me fui a Gúgel.

Y cual fue mi sorpresa cuando me enteré que esto del Barefooting era correr descalzo o con una zapatilla que sea la mínima expresión. Como siempre, la moda viene de los EEUU, pero me da que los americanos nos han copiado, como siempre, porque desde que tengo uso de razón he visto a un montón de jubilados correr en la playa de Torremolinos que, reconozcámoslo, no tiene el glamour de Cannes ni marca tendencias como en South Beach (Miami). ¿No decían que la Coca-Cola se inventó en un pueblo de Valencia y que un tío de Atlanta muy listo y muy malo le hizo un lavado de cara? Pues con esto lo mismo.
Y las zapatillas “especialmente desarrolladas” no son precisamente baratas. Vamos, que si en las altiplanicies de Etiopía o Eritrea se enteran de que en Europa hay un montón de gente pagando un pastón por correr con unas alpargatas como las que ellos suelen usar antes de ser esponsorizados montan una cadena de franquicias y se forran, a cien pavos el par.
 
Y los argumentos, pa habernos matao. Para evitar precisamente el exceso de “talonamiento”, con esta modalidad se obliga a cargar el peso sobre el metatarso (la parte delantera del pie); como se te carga el talón, pisa con la parte delantera del pie.

Con esto no quiero denostar esta nueva modalidad; al contrario, pienso que para ello se requiere una técnica de carrera exquisita y muy bien trabajada al alcance de muy pocos... Vamos, que tienes que ser fiera y andar sobrado, que no es el caso de la mayoría de los populares y mucho menos de éste mi compañero.

Si se aplicase este criterio al mundo tecnológico es como si el tocapelotas éste viniese un día y me dijera: “un colega que ha ido a San Francisco me ha traído el IPhone-5. Como los anteriores son muy grandes, Apple ha revolucionado el concepto de los esmarfons acomodándolo a un concepto más Zen y minimalista de la vida occidental, y sólo es posible realizar llamadas con tono-politono ¿a que es intrigante?..me ha salido a mitad de precio, 400 USD totalmente liberado, y en España no aparece hasta dentro de seis meses” Sí, gilipollas, eso tan intrigante es un teléfono, y se inventó para hablar.

Afortunadamente, hay una luz para la esperanza: si tecleamos “barefoot” en google aparecen casi sesenta y tres millones de resulados. Si, por el contrario, tecleamos el halófono “bar food” (lo que son las tapitas del bar pero escrito en forma deconstruida y más “cool”) el resultado es de casi cuatrocientos millones. Por mucho gilipollas que ande suelto por el mundo siempre habrá alguien que los ponga en evidencia. Back to the basis, como dicen los norteamericanos.