jueves, 22 de diciembre de 2011

Su mierda, gracias

Al igual que con el “pack lunch” de los niños que se van tres semanas a Inglaterra en verano a “aprender inglés”, cuando saliésemos de casa nos tendrían que dar la racioncita o plato combinado de mierda que generamos por el mero de hecho de salir. Impresionado me he quedado con el gráfico que podéis ver a la derecha del blog y que ha sido confeccionado por la ECF (Federación Europea de Ciclistas), gráfico que, sorpredentemente, mantiene una escala fiel a la realidad porque ésta, tozuda, no admite manipulaciones como las de los gráficos de la mayoría de medios de comunicación en materia de encuestas de cualquier índole.

¿Qué os da pereza pinchar, o ampliar la imagen? Pues os lo cuento. Se trata del impacto en términos de CO2 equivalente que generamos por persona por el hecho de movernos en coche, autobús o bicicleta. Impacto en el que se considera la alimentación (común en los tres medios), el consumo de combustible, el proceso productivo y el mantenimiento.
 
Los cálculos se basan en el uso medio por medio de transporte (1,16 personas por coche, diez por autobús y uno por bici). Bien; considerando todo esto, el impacto en términos de mierda de ir en coche es de 229 grs por kilómetro. ¿Qué haces dos kilómetros en coche? Pues cuarto y mitad de mierda, para echárselo al cocido. ¿Qué trabajas en Las Rozas y te comes un atasco del copón para entrar en Madrid? Pues estás echando al aire todos los días algo más de 9 kilos de mierda. “A ver, niños, daos prisa, que llegamos tarde, poneos en fila que os eche estos nueve kilos de mierda encima porque Antoñito, el del quinto, se me ha escapado”. ¿Y si haces el desplazamiento medio en Madrid, de 6 kilómetros? Pues kilo y medio de mierda, que la tengo muy fresquita y de oferta ¿se la envuelvo para regalo? No, me la llevo puesta, que con el anticiclón y la inversión térmica no va a ir a ningún sitio. Eres como un pulgarcito, pero que en lugar de tirar pedacitos de pan vas tirando cagarrutas.

¿Es mucho? Imaginaos si cada mañana cogemos la bolsita o el paquete de mierda y lo metemos en el maletero, en nuestra espalda, para que nos dé calor en invierno y frío en verano. Nueve kilos de mierda son muchos kilos por vivir cerca de la naturaleza en una urbanización de ladrillo visto, cuatro alturas, piscina y pádel de las afueras. Eso sí, luego nos quejamos de que el tráfico está insoportable y de que la gasolina está cara, menuda inconsistencia: caro sería que tuviésemos que echarle Moët Chandon. No puede ser que esté cara la gasolina cuando se forman los atascos que se forman.
 
Seguro que salta el listo “es que yo vengo en Metro, que es eléctrico”. Ya, perlita, pero resulta que para que le des al botón de la luz antes tienes que quemar carbón en esas centrales térmicas tan limpias que tienen que quemar carbón nacional (con altas concentraciones de azufre, SO2, y que, al reaccionar con el agua ambiental, H2O, genera una sustancia tan inocua como el ácido sulfúrico, pura química de 2º BUP). O gas natural licuado producido en un país tan cercano como Catar, así que tú mismo con tus pajas mentales.

¿Y la bici? 16 grs por kilómetro, catorce veces menos que el coche medio.
 
Desconozco cuál es el nivel medio de reposición sostenible del CO2, pero seguro que se acerca más al desplazamiento en bici que al del coche.
 
Con todo esto, tampoco quiero dejar claro que no pretendo realizar un discurso anticoche, sino a favor de un uso racional del mismo, ya que si no seríamos unos Amish. Ir a comprar el pan en coche porque “nos da pereza”, “hace frío” o cualquier excusa es un ejercicio de suicidio/fratricidio colectivo a plazo. Eso sí, de paso nos llevamos de camino la bolsita con los envases, que hay que reciclar y ser respetuosos con el medioambiente.

Menos mal que nos van a poner a la Botella de alcaldesa, mujer concienciada donde las haya en la lucha por los derechos sociales y la sostenibilidad medioambiental. Ahora sí que Gallardón podrá decir eso de que "otro vendrá que bueno me hará".

viernes, 16 de diciembre de 2011

Pulsaciones

Es curioso observar cómo cambian las pulsaciones en función de que uno corra por la mañana, a mediodía o, supongo, por la tarde/noche.
 
En mi caso, a mediodía suelo tener un 10% más de pulsaciones para el mismo ejercicio que si lo hago por la mañana, y si es en fin de semana más aún, lo que puede ser una señal de cómo nos vamos cargando a lo largo del día con esas cosas que nos van pasando y que nos cargan, convirtiendo en axioma ese cartel que dice “Hoy hace un día maravilloso, seguro que viene alguien y lo jode”.
 
El menda, que tiene la manía de apuntar en un Excel los ejercicios que realiza (tiempo total, distancia recorrida y PPM), ha llegado a la conclusión de que por la mañana temprano los rodajes no suelen pasar de 140/142ppm de media en 15 kms. Estos mismos rodajes a mediodía se me van un poco por encima 150ppm, y las mismas diferencias se manifiestan para carreras más intensas.
 
Circunstancias como el teléfono (bueno, la gente que te llama, el pobre cacharro sólo cumple la función para la que se inventó, que dos personas hablen… lo del Iphone vino 125 años después), los informes inaplazables (lo que los pedantes denominan “deadline”), el café de máquina, los momentitos del jefe de turno y demás tonterías superficiales y superfluas hacen que te vayas poniendo de mala hostia al trantrán, por mucho que trates de dejarlo en paso.
 
Afortunadamente puedo irme a correr a mediodía a costa de comer como un pavo. Puede que no gane en eficiencia en el aspecto cardiaco, pero la mala hostia diaria se queda en el camino, y son esos días precisamente los que aprovecho para meter más caña (en realidad te sale sin darte cuenta, después de que Fernández, el de Contabilidad, te haya tenido “un momentito” de media hora al teléfono con una gilipollez sin saber para qué cuando estabas levantándote). Para los fines de semana dejo el rodaje tranquilo.
 
Es paradójico, para correr no hay que tener prisa.

En cuanto a las carreras, sigo sacudiéndome el miedo. Ayer 10 kms a 4:38, un registro que no hago desde Mayo. Y nada de molestias en el isquio al día siguiente. A ver si vuelvo a la tónica habitual de meter caña una vez a la semana.



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Invernalia

Como se dice en la serie “Juego de Tronos”, el invierno se acerca. O, según la hora, puede que ya esté aquí.
 
El domingo pasado salí a eso de las 09:30 a hacer una tirada larga tranquilamente y alejar de paso los fantasmas de las lesiones.
 
El día amaneció frío incluso hasta para estar al sol (dos grados en el JC1) pero ideal para correr. No hacía nada de viento, ninguna nube. Un cielo azul intenso. Me imagino que de aquí a nada tendré que pertrecharme con algo más que una simple camiseta de manga larga, porque tardé en entrar en calor.

Es curioso esto del cambio climático: en cinco semanas he pasado de palntearme madrugar para correr sin calor a tener que buscar la ropa térmica.
 
Todavía quedan árboles con hojas, pero de amarillas o marrones que están no aguantan otro “temporal”. Escuchar (y no oír) el “Eye of the Tiger”, “La mirada del Tigre” de Rocky 3 corriendo alrededor del estanque del JC1 es impagable. Lo sé, es una “frikada”, pero quien esté libre de pecado-friki que tire la primera piedra (¡ah, que me guardo la piedra en el bolsillo!).
 
Con más miedo que desgana, rodaba a ritmos más bien bajos, pero es que el recuerdo de la contractura lo tengo muy reciente (tan reciente que volví a correr el martes pasado). Al final 15 kms a 5:14 y 144ppm, y lo mejor de todo con la sensación de tener fuerzas para haber estado corriendo un buen rato más, pero ¿para qué forzar?
 
De momento seguiré troticochineando esta semana. Si venzo al miedo la que viene empezaré a meterle caña, fun, fun, fun, casi en Navidad.
 
Esta mañana los coches ya tenían el techo blanco, y el césped también tenía ese color. El cuadro de la bici ya no se llena tanto de polvo como hace un mes, señal de que la arena está más pesada y compactada. Los del Carreful ya están poniendo las lucecitas. Fun, fun, fun, se acerca la Navidad.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Las cosas del correr (y del leer)

A las cosas del correr les pasa como a las del leer, que son hábitos innatos adquiridos de pequeño que en un momento dado se pierden, llegando incluso a abominar de incluso de quienes lo practican. Con gran ligereza pensamos que son cosas de la edad, y que es lógico que se pierdan precisamente por crecer y madurar. Personalmente pienso que no es así, que lo que falla es la forma en que se nos ofrecen, o demasiado poco o en exceso de la misma forma que podemos enfermar después de vivir en una burbuja o desarrollar una alegia por una exposición intensa y prolongada a un patógeno. Afortunadamente, en muchos casos no desaparecen, sino que permanecen latentes, a la espera de un estímulo que los haga resurgir.

A cualquier niño le encanta que le cuenten historias e inventárselas. Para ellos todo es posible en un mundo de magia, donde realidad y ficción se dan la mano a nada que uno se lo proponga. Un cuento, con ilustraciones, fotos o desplegables es fascinante para ellos, y garantía de éxito si uno sabe o quiere llamar su atención. Al apagarse la luz antes de dormirse (aunque suponga un gran esfuerzo entre pises, aguas, coches/muñecos y remoloneos varios) y se les cuenta un cuento, la cara se les ilumina como sólo a un niño puede pasarle, imaginando que ellos son los protagonistas de ese gol inverosímil que le da el ascenso al Córdoba frente a un Barsa que se hunde en Segunda, o que le cambian la rueda justo a tiempo a Rayo MacQueen para ganar la Copa Pistón o que sólo ellos son capaces junto a los Gormitis de evitar que la Piedra Sulfúrea caiga en poder de un Obscurio alineado en el Eje del Mal con Chick Hicks y Gran Reactor.

Pero, en un momento dado, a la tierna edad de doce años, se les enchufa el Quijote. A pelo. Sin anestesia. A ser posible en versión original sin subtítulos, la del Siglo de Oro. Y claro, ya tenemos el shock anafiláctico prácticamente garantizado. En lugar de estimularle a la lectura desde pequeñitos, sin previo aviso, 600 páginas de la primera parte y 500 más de lo que cinco siglos después, en otro continente y en otra industria denominaron “secuela”.

Lo mismo ocurre con los juegos, que todos se hacen corriendo. Se juegue a pillar, al escondite, al fútbol, a policía y ladrón… no hay juego de niños que no se pueda hacer corriendo. También se juega en bici: un descenso a “dieciocho con seis” en la “velocidad 26” sólo está al alcance de los elegidos; el helado que nos comemos después de la cuesta terrorífica de acceso al JC1 viene a tener los mismos efectos que las espinacas de Popeye. En bici se puede ir a México si uno quiere por un camino secreto, a Villarreal o a recoger una tarta para el cumpleaños de Pelayo, según el día. Porque es divertido, porque les divierte. Para qué ir andando si corriendo se llega antes.

Cualquier cosa que les mandes la hacen corriendo (bueno, si te escuchan y te hacen caso).

Correr por el campo, con olores de los que de mayores nos enteramos que se llaman romero, adelfas, pino, jara, miel, arena mojada, fuego de leña de encina, panceta, migas es uno de los juegos más divertidos de un niño, y proporciona unos recuerdos que nunca llegan a borrarse. Meterse en la bañera y que el agua salga negra de toda la tizne que llevábamos era una muesca más en nuestro revólver y señal de lo bien que lo habíamos pasado.

Llega un momento, sin embargo, en que deja de ser divertido. Probablemente cuando te obligan a darle tres vueltas al campo, sin parar. Sin que quepa lugar para el juego. Con el tiempo como única medida. Sobresaliente, notable, bien, suficiente, insuficiente. Martes y jueves de tres y media a cuatro y media. Recuerdo horribles clases de “gimnasia” en EGB que eran cualquier cosa menos motivadoras. Alineados, “a cubrirse, ¡¡ya!”, brazos extendidos al frente, al lateral, sentadillas como si fuésemos a poner un huevo. AL final, por lo aburrido, terminabas por mostrarte indiferente primero y odiar esa clase después. Mientras tanto, Don Francisco echaba un cigarrito con Don Máximo o metiéndose un lingotazo de aguardiente como el que tenía de sexto a octavo.

¿Que a qué viene todo esto en el blog? Precisamente por el planteamiento vitalista del mismo. Corro porque me gusta, porque disfruto corriendo. Porque disfruto cómo pasa el tiempo cuando corro y no espero sentado a que éste pase y llegue el fin de semana. Porque, aunque hagamos el mismo tiempo (en términos cronométricos), en el parque ningún día es igual a otro: siempre hace más o menos viento, más o menos frío, llueve o no llueve, hay más o menos hojas en un suelo más o menos mojado, el cielo es más azul o menos, es de día o de noche, amanece o atardece, nieva o hace un calor tremendo. Porque, aunque hagas los mismos kilómetros, en la cinta pasa una goma mientras ves Bob Esponja en el monitor mientras en el parque pasa la vida, en el Muro rompen las olas o en Las Cuevas puedes correr al lado de unas ruinas de un acueducto califal que seguramente tenga sillares romanos y que abastecía a Medina Azahara, media hora más abajo. Porque disfrutando como un niño se vive mejor de adulto. Porque disfrutando del aire en la cara en bici tus hijos se lo pasan mejor viendo cómo te lo pasas con ellos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Pasando el mono (malamente)

Llevo algo más de un mes regulándome. Corriendo suave. Yendo al fisio. Saliendo menos a correr, sin forzar. Y todo por las molestias en el isquio/bíceps femoral izquierdo.
 
Hace dos domingos salí prontito y disfruté como un enano. Carrera a ritmo de rodaje, 5:10, sin forzar, reduciendo el ritmo cuando notaba la más ligera molestia real o figurada (como dirían los Serrano, creo que he terminado “sodomizando”). En una mañana sin frío, sin viento, con esa claridad y brillo que sólo hay en los días claros de Otoño y lleno de fuerzas troté 14 kms sobrado, con fuerzas suficientes como para haber hecho unos pocos más, pero con miedo a pinchar en la curva siguiente.
 
Dos días después me bajo al parque a correr suave y poco a poco empiezo a subir el ritmo: 5:00, 4:56, 4:52… hasta 4:40 en el octavo kilómetro. Todo iba “fenófeno” y decido volver a casa por si acaso me sigo flipando y, metiendo más caña, me termino rompiendo.
 
Empiezo a estirar un isquio, el otro con la pierna en alto, luego sentado en cuatro… y me da un leñazo que me cago. Un dolor intenso, localizado en el centro del bíceps femoral ¿me habré pasado?
 
Así que me voy al médico, sin saber si tengo una sobrecarga, una contractura o alguna rotura. Para romper el hielo, le digo que tengo fastidiado el músculo de moda, el bíceps femoral, y se descojona… porque por lo visto es médico de la Federación Madrileña de Fútbol, con lo que “algo” debe saber. Para mi consuelo y tranquilidad me dice que no puedo tener rotura porque de tenerla, al presionarme rabiaría como un perro (esto es cosecha propia).
 
De 7 a 10 días sin hacer ejercicio, ibuprofeno y antiinflamatorio. “¿Nada?””¡Nada!” (como Tip y Coll, y eso que traía traje). “Mire, voy en bici a currar” “Vaya en transporte público” “Mire, si fuese en transporte público tendría que andar veinte minutos, pero si voy andando sólo quince” “Entonces vaya tranquilamente andando, en bicicleta o en coche de peseta”.
 
Así que hasta bien esta semana a recrearme en el pecado capital de la envidia, el más español de todos. Envidia al ver a corredores madrugadores, de mediodía o nocturnos por no poder correr a mediodía disfrutando de mi ración de endorfinas. Envidia por tener que llevar un desarrollo que sería cómodo hasta para mi compañera de cruasán plancha con nutella y café con sacarina, dos paquetes de Fortuna diarios y noventa kilos en canal ¿Mono? Sí, mucho, pero tampoco es plan de hacer el gilipollas… otra vez.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Estética globera o qué no llevar en bici un domingo por la mañana

Después de muchos años de un reinado casi absoluto, el uso del chándal en fin de semana se ha visto reducido a raperos, narcotraficantes, Latin Kings, cantantes de Camela e internos de Alcalá Meco (a los de tercer grado no les está permitido). El uso en la intimidad del hogar, como el catalán de Aznar, está autorizado.

Este cambio de actitud social, sin embargo, no ha llegado aún al mundo del ciclismo en su modalidad globero-dominguera.

Cada fin de semana, hordas de “ciclistas” se equipan con un equipaje mínimo consistente en: malla/culotte, ropa técnica ajustada y cortavientos para reducir la fuerza frontal del viento; gafas de sol deportivas porque las TommyGilpollas no pegan con la ropa, casco aerodinámico, guantes de verano/invierno, mochila de triatlón equipada con bebidas isotónicas, barritas energéticas y pastillas potabilizadoras por si tenemos un desfallecimiento en plena subida de la cuesta de 200 metros del Campo de las Naciones o tenemos que hacer noche en Madrid Río, ruedas de repuesto y herramientas multiusos que probablemente no sepamos cómo usar (entre otras cosas porque no nos hemos llevado la bomba ni palanca ni la 10/11 para cambiar la rueda), alforjas en la bici para llevar una muda (uno siempre se puede mojar si se cae al estanque del Retiro) y un saco de dormir.

Un GPS por si, vade retro, el Iphone se queda sin cobertura, una estampa de San Cristóbal (precaución amigo conductor), una pegatina de la Virgen de la Fuensanta “yo conduzco, ella me guía”, chaleco reflectante, luces LED de 1.200 lumen con pilas de repuesto completan el kit junto con el cuchillo de Rambo por si, haciendo noche en Madrid Río, tenemos que hacer frente (y comernos) a un jabalí, para lo cual necesitaremos una caja de fósforos resistentes al agua por si en la pelea con el jabalí tenemos que rodar hasta el Manzanares para reducirlo.

Este equipaje, por supuesto, es el mínimo imprescindible que le ha colocado el del Decartón o que ha leído en un foro MTB sin saber qué es MTB.

Todo esto para ir por Madrid Río o el Anillo Verde Ciclista durante diez kilómetros entre ida y vuelta, unos trayectos exigentes y hostiles donde los haya y en los que, como mínimo, hay que llevar tres platos y ocho piñones.

Si Induráin hubiese llevado este equipo cuando batió el récord de la hora hubiese hecho por los menos 400 kilómetros. Con este material, tres camellos y tres extras rodaron en Nevada “Rambo III” y menos mal que McGyver no es colega de Ahmaddineyah (el presidente de Irán), que si no le despliega un escudo antimisiles en la frontera con Turquía.

Ya hablando en serio, ¿por qué tanta tontería? Si lo que tenemos es una bici de paseo o, teniendo otra, salimos a pasear con la familia ¿por qué no vestirnos de paseo? No es que haya que ir de Gucci al parque (sería poco práctico, por otra parte), pero ¿iríamos con esa pinta si fuésemos andando? Con unas pinzas de tres euros para que los pantalones no se manchen de grasa, un casco (por aquello de dar ejemplo a los enanos) y la mochila del Colacao para llevar algo de merienda es suficiente. Si estás a tres kilómetros de casa ¿de verdad piensas que vas a pinchar la rueda trasera y vas a ser capaz de cambiarla en medio de la calle o vas a empujar la bici hasta casa para hacerlo tranquilamente?

El menda, que usa la bici a diario, va en traje a trabajar o con ropa normal el fin de semana, y puedo asegurar que no siento ninguna intensa molestia que me impida avanzar por no llevar un culotte reforzado. El viento no me repele por llevar pantalones de agua cuando llueve. Pincitas, una bolsa (para compras y demás), unos guantes finos (si hace frío) y un candado de los buenos, que luego por hacer el miserable con los candados De Cartón de tres euros nos roban la bici cortándolos con las tijeras Jovi de primero de infantil.

Cuando voy a meterle caña sí que uso alguna de la parafernalia antes descrita (ropa, principalmente), porque es útil, pero al final es como todo, cada cosa tiene su uso. Después de dos horas dándole, la rabadilla empieza a resentirse; a más de 30 kmh el viento influye bastante si lo tienes de frente, de cola o de costado. Pero a 12 kmh y circulando en paralelo el rozamiento es despreciable (al fin y al cabo, el rozamiento aerodinámico es directamente proporcional al cuadrado de la velocidad).

viernes, 11 de noviembre de 2011

Correr es de pobres... y en Nueva York de ricos y famosos

Al igual que el boxeo, la carrera de fondo siempre ha sido un medio para que gente humilde pueda alcanzar fama, reconocimiento y, por supuesto, dinero. Al fin y al cabo, puede que sean los deportes más baratos de practicar ya que dar hostias o correr es, de momento, gratis, por muchas carreras "populares" que haya a 10-15 pavos.

Los grandes boxeadores siempre han salido de ambientes marginales y, últimamente, de países en desarrollo (República Dominicana, Georgia, Ucrania, etc), mientras que los grandes corredores de la actualidad son de origen keniata, eritreo o etíope aunque luego corran por Dinamarca, Catar o España sin hablar ninguno de sus respectivos idiomas, sin entrenar en dichos países o sin haber probado ninguno de sus platos típicos en una muestra más del doble e hipócrita rasero de nuestras autoridades en los procesos de naturalización de extranjeros.

El fin de semana pasado se celebró la maratón de NY, probablemente la más famosa y glamourosa del mundo. Como todos los maratones, mide 42,195 kms. Como muchos maratones tiene un recorrido casi plano, y está a nivel de mar. Pero tiene algo más que no tiene ningún otro maratón. O mucho más. Para empezar no todo el mundo puede correrlo, sino que hay una especie de lotería en el que hay que pagar unos 400 dólares si ganas. Los hoteles no hacen ofertas esos días, ya que saben que hay 47.000 corredores, la mayoría de ellos de fuera de NY, que tienen la mala costumbre de dormir ocho horas al día y que cuando terminan están muy cansados como para coger un avión e irse a casa.

Como suele ser habitual, hay personas tocadas por la varita de la fortuna a las que siempre le toca la lotería, como a Sandokán, el presidente de la Diputación de Castellón (el amigo Fabra, ése que se pasea por los aeropuertos fantasmas) … o, en el caso del maratón de NY, famosos o altos directivos de las empresas españolas. Algunos de ellos, por méritos deportivos, son entrenados por excampeones del mundo u olímpicos.

Unos días después de celebrarse esa carrera, siempre sale un ránking muy particular, donde el único requisito para entrar es el de tener cierto pedigrí, pasta por un tubo, salir por la tele o las tres cosas (ver aquí). El tiempo, como siempre, es lo de menos, porque entre otras cosas tampoco es para tirar cohetes. Cuando el primero de estos próceres llega exhausto el keniata de turno ha llegado, recogido el premio, se ha duchado, se ha hecho las fotos, se ha dado un homenaje y por poco no está en el avión de no ser por los estrictos controles del JFK ya que por tener pasaporte catarí le hacen hasta un scoring crediticio por si, en un arranque de ira por negarle una hipoteca, se quema a lo bonzo a 30.000 pies.

Como cuatro horas dan para mucho, podemos imaginar alguna de las múltiples conversaciones (aparte de lo vulgar que se ha vuelto Aspen, lo vulgar que es el servicio o lo poco que da de sí el último Ferrari):

“¿Borjamari, corremos el maratón de Valencia? Uf, ni loco, Jacobo, que se llena de paelleros!!”

“¿qué tal si preparamos el maratón de San Sebastián, Jaime Alberto?”¡¡Quita, quita, Felipe Juan Froilán, que eso está en las Provincias Rebeldes!!”

“¿y qué tal si preparamos el MAPOMA, Julián José?”¡¡uf, o sea, es que en MAPOMA, además de no conseguir “Personal Best” hay que pasar por la Casa de Campo y Aluche, y se estropea el gorro Chanel con el que corro”.

Mi intención, por cierto, no es la de despotricar de este maratón, sino todo lo contrario. Me encantaría correrlo, y también el de París, Roma, Londres, Lisboa o tantos otros. Correr por una ciudad con el tráfico cortado y miles de personas animado por unos perfectos desconocidos es una sensación indescriptible. Si además de correr te gusta viajar tienes una perspectiva única en el sentido de que sólo ese día y a esas horas puedes estar ahí, en las mejores zonas sin coches ni turistas al uso. Tú, y no la ciudad, eres el protagonista; la ciudad no deja de ser sino un escenario en el que corres. Aunque no he tenido el gusto, correr por los Campos Elíseos, cruzar el Puente de Brooklyn o dejar a un lado el Foro Itálico debe ser emocionante.

PD me surge una duda: ¿la habrá corrido Urdangarín haciendo honor a la película "Coge el dinero y corre"?. Al menos parece que ha volado. Makinavaja, Makipoeta, el último chorizo, el último profeta...






lunes, 7 de noviembre de 2011

Síndrome de abstinencia

Uno de los efectos perversos de “hacer deporte” en general y de correr en particular es que cuando reduces bruscamente la carga de entrenamiento algo en el hipotálamo empieza a demandarte su ración diaria de endorfinas. Si a esto se le añade algún que otro día intenso de trabajo, la necesidad empieza a tener un carácter perentorio. Me hace falta esa carrerita a mediodía que me reduzca la tensión arterial, que me haga olvidarme de hojas de cálculo, tablas dinámicas, presupuestos y tipos de cambio. Esa carrera rodeada de hojas de plátanos, cerezos, castaños y demás árboles que tanto hay en el JC1. Esa carrera al lado de la “ría” y del lago, con sus piragüistas, patos y tortugas. Saludar a los corredores habituales con la señal de duples, treintayuna o solomillo. Esa carrera que hace que, cuando vuelves a trabajar, te dé la sensación de que vuelves a tu sitio después de un largo tiempo de tanto que has desconectado.

Y es que el isquio de mis entretelas no termina de recuperarse. Ya sea por las ganas de volver a meterle caña o de no guardar el reposo suficiente, el caso es que cada vez que salgo a correr empiezo a notar cómo se carga lenta pero progresivamente; no puedo salir a correr en días alternos, y mucho menos seguidos. El martes fui a hacer la tirada larga que no pude hacer el domingo por notarme cargado…y cargado me quedé, con erre y sin erre, al ver que todo estaba más o menos igual.

Por eso motivo tengo un tanto desatendido el blog. Como me gusta escribir de correr, cuando no corro simplemente tengo poco que contar. Ya me gustaría haber competido en la carrera a la que me apunté (y pagué) el domingo. La expectación se tornó en inquietud ¿podría correr al menos dignamente? En el mejor de los casos, si no hubiese tenido molestias podría haber aspirado a 44:00, una marca más que aceptable dadas las circunstancias. Pero ¿arrastrarse durante cinco ó seis kilómetros? No, me quedé en casa y me fui a trotar el domingo 13 kilómetroa a 5:15.

Tampoco era plan de romperse del todo por no perder la inscripción. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de pasárselo bien corriendo, no de competir. Hay mucho advenedizo que ha traído a este mundillo el afán de competir por competir, probablemente trasladado desde su puesto de trabajo, sin darse cuenta de que por mucho que corran siempre va a haber alguien mejor. Eso sí, ellos contentos por ganarle a Fernández, el de Producción.

viernes, 21 de octubre de 2011

Bíceps femoral derecho

Las lesiones musculares se deben, por lo general, a una carga de ejercicio inadecuada por lo prolongada, a un esfuerzo explosivo, a una falta de estiramiento después de “hacer deporte”, a un descanso insuficiente o a una mezcla de todo.
 
El bíceps femoral derecho es el músculo de moda. Todas las lesiones de los futbolistas son en el citado músculo, otrora isquiotibial, a secas. Da igual que el afectado salga cojeando y agarrándose de la entrepierna como Piqué (tenía entendido que en esa zona estaban los aductores, pero bueno, se ve que los jugadores del Farsa tienen isquiotibiales en lugar de aductores), cuya falta de descanso, por lo visto, se debe a que se quedó leyendo a Tolstoi hasta tarde.
 
Como toda moda, ésta es efímera por naturaleza. Hace unos años se pusieron de moda los “virus estomacales”. Daba igual que el jugador no jugase o llegara tarde al entrenamiento, que la lesión era la misma, “virus estomacal”. Cuando Guti cerraba Pachá y llegaba borracho al entrenamiento siempre tenía ese “virus estomacal”; vamos, que el tío echaba la pota en la primera carrera de todas las copas que llevaba encima.

El viernes pasado me toco a mí, bíceps femoral… izquierdo, para dar lo nota. Al día siguiente de hacer series, ¡crack! Pinchazo y para casa. Como siempre, estas cosas te pillan a tres ó cuatro kilómetros, con lo que tuve que troticochinear hasta llegar a la ducha.
 
Por supuesto que no fui a la carrera del domingo. Nada de “si hay que ir se va, pero ir pa’ ná es tontería”; quita, quita, hay más carreras que chorreras, ya habrá otra, que son ganas de romperse como el chileno del Barsa por andar haciendo el gilipollas.
 
El martes intenté una carrera suave (empecé a 4:40-4:45), por aquello del mono, y me he tenido que volver, así que toca descanso unos días ¿hasta cuándo? El síndrome de abstinencia dictará, que el otoño (ahora sí) es una época ideal para correr.

viernes, 14 de octubre de 2011

¿¿Otoño??

Desde el equinoccio de otoño han pasado tres semanas, y todavía el termómetro no baja de 30ºC a mediodía. Sigue haciendo calor, mucho calor, para correr a gusto a mediodía. De “veranillo del membrillo” nada de nada; el membrillo ya está casi todo recogido, y hemos tenido días en Julio más frescos que estos.
 
Lo de correr de madrugada lo estoy intentando dejar, y es que mientras no cambien la hora a finales de mes todavía es noche cerrada cuando salgo y hasta que vuelvo a casa no empieza a clarear. El otro día estuve a punto de hostiarme precisamente por pisar mal. Debido a la falta de visibilidad pisé un bordillo y por poco me hago un esguince. De hecho tuve molestias un par de días por esa mala pisada.
 
Afortunadamente no pasó nada. Qué poco glamuroso hubiese quedado hacerme un esguince en el carril bici. En el curro, los compañeros se lesionan esquiando en los Alpes o en Baqueira (Candanchú no tiene nivel a pesar de estar en la misma cordillera, Valdesquí es “de pobres” y el Xanadú… vade retro Satanás, qué vulgar, esquiar al lado del Zara).
 
Y es que correr de noche por sitios tan poco iluminados como el JC1, con miopía y sin gafas o lentillas supone jugarse la integridad física salvo que te roben la cartera. Además, qué coño, amparados en la nocturnidad los coches se saltan los semáforos por el artículo 33 porque no te ven o no te quieren ver, que tienen más prisa que nadie, que no hay trabajo más importante que el de ellos o que ningún niño llega tarde al cole (a las 07:30) como el de ellos. Llevo sin ir con auriculares una temporadita porque con ellos sería una ameba: sin sentido de la vista ni del oído, sólo me quedan el gusto, el tacto y el olfato como medios de interpretación de la realidad (aunque, bien pensado, hay muchísima gente con estudios o políticos –disyuntiva voluntaria- que ni ven la realidad, ni oyen a la gente, ni tienen tacto, poseen un gusto pésimo y manifiestan un olfato nulo en sus quehaceres diarios).
 
Con todo, he podido salir a correr dos días esta semana, y con bastantes buenas sensaciones. Una sesión de 8 kms en el umbral anaeróbico, a 4:35 (si quito el último km serían 4:32) y otra de series, a 3:59 (eso sí, sigo con tres repeticiones). Y las dos a mediodía, con un par, con sus veintiocho-treinta graditos, que se note que uno es más cordobés que un perol en Los Villares.
 
¿Próximo reto? Otra carrera “Simpa” que “la cosa está muy malita”, la del CSIC, este domingo. A ver si llego a 43:00.
 
Para que luego diga el primo de Rajoy que el cambio climático es mentira. Eso y lo que la Botella va diciendo por ahí de la calidad del aire de Madrid hacen que Homer Simpson haga honor a su nombre (Homero) en comparación con estos perlas.

miércoles, 5 de octubre de 2011

El día de la bicicleta

Una vez al año nuestros insignes mandatarios madrugan un domingo. Hacen todo lo que tienen que hacer antes de salir y se meten al coche oficial a eso de las 08:45. “¡Qué sacrificado es el mundo de la política!”, se piensan e incluso llegan a creer, porque les hace tener que madrugar cuando el resto de los mortales duermen (¿será porque están cansados después de currar como cabrones toda la semana? ).

Llegados a su destino en cinco minutos (es lo bueno que tiene vivir en el centro, que llegas en cinco minutos a todos los sitios, sobre todo si vas precedido y escoltado por sendas parejas de policías motorizados que sí están trabajando ese domingo), se bajan del coche oficial, por supuesto parado de aquella manera ¿quién tiene cojones de multar al jefe? Y el lacayo de turno le tiende una bici impoluta comprada el día anterior, con un casco a juego “súbase a la bici, señor alcalde” que suena igual que “bájese la bragueta, señor alcalde”. Las palabritas de rigor de que si Madrid apuesta por un medio de transporte sostenible como la bici, que si es ecológico y… que si su santa madre a caballo y a rodar por los raíles.

Para mayor gloria del Faraón se celebra “El Día de la Bici”, un día al año (que no hace daño) en el que se cortan calles, se movilizan el SAMUR, policía municipal, Bomberos, policía nacional (a caballo, que son más vistosos). ¡¡Coño!! Que sólo falta la Brunete con los Leopard en posición de combate. Como eso cuesta dinero, se le pega el sablazo a los amigos (esos del 3%), sablazo que es deducible, faltaría más, porque no son culpables de cohecho, no, son patrocinadores o, dicho más cool, “sponsors”. Hoy por ti mañana por mí.

Más allá de que suponga poder dar una vuelta tranquilamente por Madrid con los enanos por Madrid (es la única justificación que veo) y disfrutar desde la bici de un paseo que habitualmente es imposible realizar por no poner en peligro la integridad física familiar, no consigo ver carácter reivindicativo alguno en ir todos juntitos detrás del Fanfarrón y de la Botella, prietas las filas, a modo de “a mí mis valientes”. Con el día que hizo, soleado y con 25ºC, poder pasear en bici sin andar pendiente del tráfico se nos presenta como una oportunidad que no hay que desaprovechar cuando debería ser lo habitual.

No ayuda, además, que griten por megafonía que, a partir de las doce, se abre el tráfico rodado y que, llegada esa hora, los ciclistas tenían que buscar el camino más rápido de vuelta a casa. Como si soltasen a la Legión Cóndor o una nueva cepa de un virus letal. ¿Cómo coño se va a fomentar el uso frecuente de la bici si se disemina la semilla del miedo?

El día de la bici no es un día al año. No es el 2 de Octubre a las 09:00 del Retiro a Plaza de Castilla y vuelta. No. Es el día 3, y el 4, y el 5 (sin rima). Es en Noviembre, y en Diciembre, y en Marzo… ese día cualquiera la Botella y el Faraón siguen yendo en sus coches oficiales a pesar de estar a cinco minutos en bici del Palacio (donde duermen y también donde nos hacen creer que trabajar). Ese día no te cortan las calles para que puedas sacar la bici y te des tu paseíto globero. Tampoco hay SAMUR por las calles para atender a los ciclistas. Ni Bomberos. Ni Policía a caballo. Ese día los conductores están tan cabreados como todos los días contigo y con tu bici por el mero hecho de existir. Los autobuses siguen pasándose por el mismísimo forro las preferencias de paso cuando echan a andar. Ese día los taxistas son tan amables como cualquier otro día. Ese día te sigues tragando todos los humos del puto Cayenne de delante. Ese día no llevas ningún dorsal ni culotte para pasear, sino tu ropa de calle. Tampoco tienes donde aparcar “legalmente” la bici, porque un aparcamiento de bicis es gratis pero quita una plaza de ORA a los amigos, perdón, a los “sponsors”.

El día de la bicicleta es cualquier día, a cualquier hora y en cualquier momento que alguien coge una bici para ir a trabajar, estudiar, pasear, comprar o hacer lo que le salga de las narices.

Salir una vez al año no deja de ser hacerle el caldo gordo a la Botella y a Gallardón y a sus mensajes hipócritas. Pensar que con ello somos más sanos, más deportistas y que Madrid va a ser una ciudad “bike friendly” por obra y gracia del alcalde es como pensar que después de las elecciones no van a haber (más) recortes sociales y subidas de impuestos gane quien gane porque nos digan que son el partido del pueblo o que sean socialistas y obreros.



martes, 27 de septiembre de 2011

Un clandestino corre por Madrid

El domingo pasado corrí por Madrid. Menuda novedad, pensará alguno; viviendo en Madrid lo normal es correr por Madrid, o en Madrid. No, lo que quiero decir es que el domingo fui a la carrera de “Madrid corre por Madrid”. Fui sin dorsal (de ahí el título) por una cuestión de olvido más que de principios (se me olvidó inscribirme hace meses), y me gustó mucho la carrera.

Para empezar fui en bici desde casa. Doce kilómetros a las ocho de la mañana se hacen muy rápido, sobre todo si casi todo el recorrido es cuesta abajo. Bajar por Alcalá sin tráfico a las 08:30 es una sensación rara y gratificante a la vez, ya que el aspecto es parecido a la fantasmagórica escena de “Abre los Ojos”.


A esas horas, en bici, se puede disfrutar del privilegio de disponer de la calzada sin apenas coches que te ahúmen. Dejar la bici en la puta puerta de donde quieras es siempre un privilegio (aunque suene pretencioso, pinchad aquí).

Después de algo más de media hora y bastante frío ( con trece grados se me ocurrió ir en manga corta) cando la bici donde había quedado y vamos para la línea de salida. El ambiente en el Retiro “como siempre” (sólo he ido a tres carreras en el Retiro, pero el ambiente ha sido el mismo las tres veces, de ahí el entrecomillado), efervescente. Mucha gente de un sitio para otro, calentando, de broma y a la espera de que empiece la carrera.

Lo que no cambia en ninguna carrera es al gilipollas de turno con el micrófono, que se supone que nos anima. Los que nos levantamos a las 07:00 ó 07:30 un domingo sin que nos paguen por ello ya vamos lo suficientemente animados como para que un aspirante frustrado a locutor de Radio Taxi nos trate como a quinceañeras que hacen cola en un concierto de Justin Bieber. Los gritos de “¡ánimo chicos, que quedan diez/nueve/nueve/ocho… minutos!” sobran. Por favor, que los quiten, que se repiten más que una tostada con ajo. Tanto porculito dio el perla que ni se escuchó el pistoletazo de salida. En fin…

La sensación en las piernas después de pedalear y antes de la carrera era un poco rara, pero enseguida se pasa. Al fin y al cabo, los primeros 1.500 metros poco se puede correr por la aglomeración inicial y el embotellamiento que se produce en las dos primeras curvas; al menos puedo escuchar las miles de gomas de las zapatillas golpear contra el asfalto de O’Donnell mientras se oye a algún gilipollas romper ese momento mágico diciendo la tontería de turno.


Lo mejor de la carrera (por no decir lo único) es sin duda el recorrido y el tiempo, componente más aleatorio que el primero. Salvo MAPOMA, hay pocas carreras en Madrid que pasen por sitios tan emblemáticos en tan sólo diez kilómetros. Se baja desde El Retiro por Alcalá, con el obligado y sentido paso por Cibeles, para subir por Gran Vía. Posteriormente se gira por Callao hasta Sol, y desde ahí por Arenal hasta el Palacio Real, girando en Bailén para volver por la Calle Mayor, Sol nuevamente y bajar por la Carrera de San Jerónimo, Sevilla y Alcalá hasta Cibeles, donde se dobla para enfilar el Paseo del Prado hasta dar la vuelta en la Glorieta de Carlos I (¿por qué empeñarse en nombrar calles y plazas a un rey que todavía no ha sido nombrado?) previo paso por Neptuno (nada es perfecto) y vuelta al Retiro.

¿Marca? 44:27, a 4:27 de media. La subidita por el Paseo del Prado se me hizo larga (muy larga), y la de Alcalá al Retiro ni te cuento. Llevaba una media más que decente para lo que llevaba entrenado, 4:15, pero los tres kilómetros siguientes los hice a 4:32. Eso y un primer kilómetro a 4:59 hicieron que me fuese a 44:27. Excusas y pajas mentales aparte, tampoco estaba para bajar de 43:00, por lo que me quedan muchas series y muchas carreras a umbrales anaeróbicos para volver a acercarme a 42:00 si es que quiero alcanzar algún día los 40:00 ó 41:00.

Después otros doce kilómetros en bici para llegar a casa previo paso por el Retiro (había que aprovechar que estábamos ahí), ya con más tráfico y calor. Vamos, que si hago unos largos en el estanque y un poco más de bici me hago un triatlón olímpico como un campeón.

¿Lo mejor de todo? El cervezón y la comida con la familia. Gracias a los cuatro.
 

viernes, 23 de septiembre de 2011

Miniseries

Una costumbre muy española es la de mostrar a los demás como hábito lo que no deja de ser una excepción que confirma una regla que no seguimos pero que farda afirmar que se sigue ante propios y extraños.

De esta forma afirmamos que sólo cenamos una ensalada o un plato de fruta y que no adelgazamos porque tenemos mucha masa muscular. La ensalada, en realidad, tiene poco de ensalada y sí algo de queso, pasta, atún, huevo duro, pan de chapata para mojar o todo a la vez, mientras que la fruta suele ir precedida de una cerveza (“u dos”) con cortezas a modo de aperitivo que, como todo el mundo sabe, no engorda. Vamos, que nos hacemos trampas al solitario. Otros dicen que lo que le pesan son los huesos, confundiendo la ese con la uve.

O que tenemos un encanto especial que nos hace irresistibles y que es el compendio entre el cuerpo de Cristiano, la sonrisa de Brad Pitt, la elegancia de George Clooney y el vigor de Nacho Vidal porque una vez la dependienta de El Corte Inglés nos sonrió y nos dijo que esa americana que no nos hemos vuelto a poner nos quedaba “perfecta” y nos hacía “más jóvenes”.

O que vemos las series en versión original, que queda más “cool”. La cruda realidad es que alguna vez hemos bajado por error un capítulo en versión original con subtítulos y lo hemos visto (más bien leído, porque la serie en cuestión es de unos granjeros “Rednecks” de Minnesota que casualmente encuentran unos fardos de droga y se ven envueltos en una trama con la Mafia de Chicago, cuyo jefe es un vampiro que aún no ha salido del armario… como para entender la jerga).

Esto me pasa con las otras series, las de correr, uno de mis recurrentes propósitos de Año Nuevo o Septiembre. Ya en Enero me propuse hacer al menos cuatro series de 1.000 metros una vez a la semana. Hice dos sesiones y ya está. Lo malo es que yo mismo pensaba que había hecho más, que había prolongado este propósito hasta Abril. Sí, sí… lo dejé el 24 de Enero, como consta en el impertérrito Excel de todos los ejercicios que guardo desde hace unos años. Esto confirma una de las míticas frases de Botín, “lo que no son cuentas son cuentos”.

Hoy he vencido la inercia y he hecho unas series. Esta mañana he programado el Garmin para que controlara cinco series de mil metros con descansos de un minuto y medio, me he bajado al parque y he gritado como Pelayo “¡¡Qué empiece el combate!!”.

He aguantado tres, porque la cuarta la he dejado a la mitad. Lo bueno: me ha salido una media más que aceptable, 03:58 (03:58-03:52-04:04). Lo malo: que son sólo tres.

Con esta perspectiva, bajar de 43:00 el próximo domingo se me antoja difícil (sería hacer una media de 04:18). Pero bueno, si al final consigo mantenerme en un día de series a la semana no sólo atacaría el 42:00 (el año pasado hice 42:14), sino que el 41:00 lo tendría cercano. Del 40:00 para cuando cumpla 40.

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿Oír o escuchar?

En una conversación con una de mis pocas lectoras sobre un “post” anterior, me sugirió que cambiase “escuchar” música por “oír” música cuando se corre, sobre todo porque uno tiene la manía de distinguir entre ver y mirar o usar apropiadamente oír o escuchar, lo cual me hizo pensar.
 
Cuando corremos, aparte del ejercicio, ¿oímos o escuchamos música?. Buena pregunta. Pienso que se puede oír o se puede escuchar, dependiendo del día, del momento, del ejercicio, del sitio donde se corra o de la canción.
 
Cuando estoy haciendo un rodaje largo, a un ritmo constante, no necesito estar pendiente de la respiración, ni de las pulsaciones ni del pulsómetro para controlar el ritmo (aparte de que el listo del GPS me avisa cada kilómetro del tiempo parcial); clavo los kilómetros al ritmo de crucero (o al previsto, si hago algún “progresivo”). Cuando estoy en el parque de siempre no tengo que estar pendiente del tráfico, ni de la gente con la que no me cruzo debido a las horas a las que voy ni de qué camino tomar. En una ciudad como Madrid, donde llueve cuatro días al año, tampoco es necesario andar pendiente ni de la lluvia ni de los charcos, que suelen traer agua, la cual se suele secar sin consecuencias letales para el organismo ni a corto ni a largo plazo. En estas circunstancias me termino abstrayendo y pienso en mis cosas con la música puesta o no.
 
De la misma forma, cuando voy sin auriculares, también me gusta escuchar cómo crepitan las hojas secas del otoño inminente, el ruido de la nieve virgen prensada, cómo se agarran las zapatillas a la arena del parque, del campo o de la playa (siempre hay matices que las diferencia), cómo suenan miles de zapatillas en las salidas de una carrera multitudinaria y su eco en las calles vacías y estrechas o los pájaros madrugadores o trasnochadores (hay lechuzas en el JC1).
 
Aunque normalmente estos sonidos (que no ruidos) se oigan más que se escuchen, merece la pena escucharlos. Al fin y al cabo, cinco minutos más tarde voy a salir del parque para volver a casa pasando por encima de la M40 con su sempiterno atasco “de Vallecas a Coslada” y oír después el monótono ruido de decenas de teclados, teléfonos y conversaciones que hay en la oficina.
 
Un proverbio árabe (y “Cuando el mar te tenga”, canción de “El Último de la Fila”) dice “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir”. Cómo me gustaría que en la entrada de la oficina hubiese el cartel que hay en el colegio de mis enanos: “Escucha el silencio/Listen to the silence”, toda una declaración de principios.
 
En lo deportivo sigo de pretemporada, pero afinando. Hoy, troticochineo a 138ppm y 5:12. 11 kms con más frío que sueño, que se acerca el otoño, y el viernes, más fuerte, 10 kms a 4:45 y 147ppm. Si todo sale bien, el domingo iré a una carrera sin dorsal, y no es que no quiera pagar (que no quiero), es que además se han acabado. La carrera es la de Madrid corre por Madrid, con salida y llegada en el Retiro y recorrido por el centro, todo un lujo. ¿Aspiraciones? Pocas, las verdad. Con bajar de 44:00 me doy con un canto en los dientes.
 
¿Y qué decir de las victorias sobre Francia? Pues que el sabor de la victoria es doble si ésta es sobre Francia (Capa Davis, Eurobasket), en Francia (Tour, Roland Garros, etc), contra Francia (el Gran Capitán) o a pesar de Francia (sanciones de la UE a los gabachos por quemar nuestras frutas y verduras).

jueves, 15 de septiembre de 2011

La lista de reproducción

Hay pocas cosas más personales que la lista de reproducción. Si cualquiera sacase toda nuestra lista y se la mandase a los colegas sería capaz de hacernos pasar una vergüenza extrema, ya que el mero hecho de tener grabado “El Rey del Pollo Frito” o “Sufre Mamón” son motivos más que suficientes para romper una amistad. Un viejo refrán castellano dice que “uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice”, de ahí que escondamos en lo más profundo del MP3 estas atrocidades musicales.

Sin ánimo de ser exhaustivo (todo lo contrario), ahí va una serie de canciones que no pueden faltar (¿o sí?) en cualquier lista.

La más mítica de todas las canciones puede ser la de Rocky. O mejor dicho, las de Rocky. ¿Qué runner no se ha imaginado ir corriendo por las calles de Philadelphia subiendo a la escalera de la biblioteca ésa? ¿sabíais que es el lugar más visitado de esa ciudad? Vamos, sed sinceros. Seguro que en una carpeta escondida del MP3 tenéis la de “La mirada del Tigre” (¡¡Noquéame!!) o el “Gonna fly now” y que un uno de tantos ensimismamientos que tenemos cuando corremos nos visualizamos en tantas y tantas escenas de esta mítica saga. Salir a las 07:30 con esta música es algo impagable (alguno diríais que, simplemente, salir a esas horas es algo impagable).

Por no decir del himno de nuestro equipo favorito, cuya coreografía obliga a dar pasitos cortos y lentos, como si estuviésemos saliendo por el túnel de vestuarios.

¿Qué tal el “We are the champions”, “Another one bites the dust”, “A kinf of magic” o el We will rock you? ¿hay algún grupo con canciones más aplicables al mundillo deportivo que Queen?

¿Y Bisbal? Antes de descojonaros y exclaméis un “Vade retro” que estremezca al mismo Satanás con su katana en ristre pensad en el gol de Iniesta. Ahhhhhhhhh, que esa no vale. Pues sí que vale, y tiene bula. Lo mismo pasa con el Waka-Waka. Si hasta los enanos tienen el momento Full Monty cuando las oyen, que se les va la cabeza con el ritmo.

Hot Stuff, de Donna Summer? Sí, sí, la de Full Monty.

Cualquiera del “Appetite for destruction”, de Guns and Roses.

¿Alguna de los Pet Shop Boys? ¿Seguro que no? ¿Seguro que no tenéis el “Go West”? en su defecto vale la de los Village People, para aquellos menos jóvenes ¿Ni “Always on my Mind”?.

¿Y si llueve? Escuchar “Have you ever seen the rain?” de la Creedence te ayuda a sentir aún más el aire en la cara que te pierdes con el ambientador de lavanda del gimnasio; al fin y al cabo la lluvia es sólo agua, como la de la ducha que te vas a dar media hora después. .See and Feel. ¿Y si hace bueno? “Walking on sunshine”.

¿Alguna de Snap? “Everybody dance now” o I’ve got the power”. Sólo los cinco primeros segundos merecen la pena.

"Bad to the Bones", de George Thoregood, otra de las míticas (para los frikis, una que sale en Terminator 2, cuando Governator sale del garito vestido de cuero con las RayBan negras).

Luego están los fetiches, que son eso, fetiches. Green Day, Metallica, Los Nikis o ACDC (“Highway to hell”) pueden entrar en esta categoría. O el moñas de Bon Jovi ¿para cuándo un disco heavy?

¿Y del siglo XXI? Aparte de que no se cumplió la profecía (Ningún tuno en el siglo veintiuno, tuno vete al siglo diecisiete), queda a discreción. Además de las anteriores, alguna de Coldplay, los anarrosaquintana de la música. Beyoncé, Lady Gaga, Rihanna. Kylie Minogue u Oceana seguro que están en más de un MP3 de forma oculta. Como el concepto de nación para el Cejas, el de música es discutido y discutible.
 

Para la de Carros de Fuego hay que ser muy moñas o correr como Heidi, dando saltitos suspendidos en el aire. No la pongáis, por favor, sólo os servirá para ralentizar el ritmo, ocupar memoria y darle al botón para saltársela. “Memorias de África” puede tener una banda sonora impresionante, sólo a la par que sus paisajes, pero, ¿os imagináis a Meryl Streep o a Robert Redford corriendo con la mitad de estilo que Rocky Balboa después de diez asaltos con Iván Drago con la izquierda atada a la espalda? Vamos, por favor, en el Serengeti puede tener su encanto, pero en la Casa de Campo lo más exótico que veréis será alguna perdiz. “El lago de los cisnes” puede quedar excelso en el Teatro Real, pero en la Casa de Campo o en el JC1 no hay nenúfares por los que saltar, y mucho menos que aguanten mis ochenta kilos.

Cuando corremos no hay que ser exquisitos. Al fin y al cabo no tenemos que ir de subidón porque nadie nos oye y, con frecuencia, tampoco nos ven. Hay que poner algo que nos alegre, que nos enchufe, que acompañe.

Lo que sí tengo claro es que mi MP3 se autodestruye si se ejecuta canciones como “Litros de Alcohol”, “El rey del pollo frito” o cualquier otra del susodicho junto con los de su cuerda. Ya les he pagado suficiente por no descargarme sus canciones a mi ordenador, no copiarlas en el disco duro y no pasarlas al móvil o el MP3. Si Roma no paga traidores, yo no pago gandules ¿o sí? Cuestión de principios.

PD: Hoy he escuchado "El Imperio contraataca", de Los Nikis. A las 16:30 jugamos contra Macedonia ¿premonición? "Mira cómo gana la selección, España está aplastando a Yugoslavia, por veinte puntos arriba..." ¿Y si la final es contra los gabachos el domingo?. ¡¡Grande Nadal, Grande Gasol!!

Jimi Hendrix o Led Zeppelín hay que escucharlos con un Gin Tonic en copa balón; Extremoduro y Reincidentes, más modestos, con un cervezón o calimocho, aunque alguna se me cuela corriendo y la Banda sonora de los Commitments requiere tener una pinta de Guinness y estar en un garito de Cork.












miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pretemporada

Las penurias que pasé a principios de la semana pasada en forma de falta de ritmo las he dado prácticamente por desaparecidas. Después de cuatro salidas en bici durante cuatro días seguidos (récord absoluto) en las que hice más de 150 kms y un rodaje de casi 15 kms el domingo a nivel de mar, se puede decir que me voy entonando en las cosas del correr.

En cuanto a la salida larga, todo perfecto. En ningún momento sentí esa presión en los isquios que he tenido a lo largo del verano. Sin calor apenas (19º, a las 09:00-10:00 de la mañana) ni viento, estuve corriendo casi todo el rato por la playa. Con marea baja y con el firme plano y compacto es muy gratificante correr en esas condiciones.

La zapatilla no agarra tanto como en el resto de superficies y, a efectos comparativos, es muy parecido a correr en la nieve (sin hielo), una sensación bastante particular.

Las articulaciones no sufren tanto (la arena amortigua mucho más que los caminos del parque y que el asfalto o las aceras, por supuesto), a cambio de tener que forzar un poco más la musculatura. De hecho, al final notaba una ligera molestia en el glúteo, poca cosa. Se ve que mi culito no está acostumbrado a ese esfuerzo final que supone levantar un talón un poco más hundido de lo normal.

¿Qué se puede descompensar por el hecho de que las playas suelen tener un plano inclinado? Sí, pero no era el caso, ya que en Gijón la playa es muy plana y dicha inclinación es apenas perceptible.


En cuanto a la bici salí principalmente por Valdebebas, ese circuito fantasmagórico de 4 kms pero que tan bien viene a los ciclistas para meter caña, y me salieron unas medias de casi 27 kmh incluyendo los trayectos de ida, vuelta y otra por el JC1 en plan globero. Dentro del circuito la media podía estar perfectamente en torno a 30 kmh, con picos de 56 kmh (cuesta abajo, plato grande-piñón chico y ligero viento de cara). Es lo que tiene correr sin el GPS, que las medidas son por aproximación y en comparación con la experiencia previa.

¿Triatlón a la vista? Lo dudo, incluso en alguna de sus formas más moñas tipo olímpico, sprint o mini. Antes tendría que prácticamente aprender a nadar, y me da una pereza de la hostia.

En el aspecto deportivo externo, un fin de semana perfecto. Ganan el Madrid y el Córdoba, pincha el Barsa y le damos pal pelo a los gabachos en baloncesto. Siempre es gratificante ganar, pero el sabor de la victoria es doble contra Italia o Francia; ahora a rematar la faena en la Copa Davis este fin de semana.

Ah, se me olvidaba. La reparación/sustitución del GPS me va a salir por “sólo” 150 pavos, frente a lo que me habían dicho en un primer momento de 190 pavos, lo que me da una idea de los rejones que nos meten con toda esta cacharrería. Al final resulta que hay que alegrarse por pagar 25.000 pelas por arreglar un reloj.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Y el parque se llenó de propósitos



La última semana de Agosto, los pocos redactores de las noticias que no se han ido de vacaciones abren la carpeta de “noticias para la última semana de agosto” y llenan la mitad de los telediarios con una entrevista con algún psicólogo donde explica cómo afrontar la vuelta al trabajo. El calendario de fondo, de 2007, pone de manifiesto que esa noticia viene repitiéndose desde ese año sin que nadie repare en que sería conveniente volver a entrevistarlo. Entre sus “recomendaciones” siempre se encontrará incluir una nueva rutina tipo “Aprenda inglés”, “haga deporte”, “póngase a dieta para perder esos kilos de más”, que sirva al “sufrido” trabajador (más bien afortunado, con la que está cayendo, pero claro, recordemos que la entrevista es de 2007) como reto para volver a una rutina ya de por sí cargada.
 
Esto, y la autosugestión propia del español hace que la misma noche del 31 de agosto miles de personas piensen lo mismo: “Mañana… empiezo a correr”. A este respecto, no pienso añadir nada nuevo que no haya contado magistralmente Leo Harlem en un monólogo antológico:

y el parque se llena de gente con camisetas de marca (de ron), chándales Domyos recién estrenados modelo Alcalá-Meco y zapatillas Kalenji de esas rompe-rodillas.
 
Que conste que el menda volvió a correr de uno de esos propósitos, y que levante la mano el que no. En muchos aspectos, el ser humano es tan previsible que asusta.
 
Desde el mismo día uno me he cruzado con bastantes runners (aparte de los habituales, con los que un mero gesto digno de partida de mus por lo inapreciable sirve de saludo cómplice) tanto a las horas indecentes a las que me levanto paro correr como a mediodía, a pesar de que aún aprieta el calor. Es lo que tiene septiembre, que se disparan las ventas de ropa del Decartón y yogures desnatados.
 
En lo meramente deportivo, acabo de empezar a correr después de tres semanas de vacaciones, y lo que al principio era un “si estoy de puta madre, cómo voy” a la media hora notaba que me faltaba el aliento. Y es que me he flipado con no sentir ninguna molestia en los isquios. ¿Ritmos? Altos, entre 4:40 y 4:45 el km y 150-155ppm. Es lo que tiene correr por los mismos sitios sin GPS, que cuando éste falla te vale un Casio para intuir cómo vas, y a veces ni eso. Correr por sensaciones lo llaman.
 
También he salido con la bici, con unas sensaciones estupendas. 40 kms a 26 kmh, en el umbral del globerismo. ¿Qué si tiene truco? Sí, no ir por el carril-vieja. ¿Dónde? En Valdebebas. Entre el futuro parque no inaugurado, las miles de viviendas no construidas, Las Cárcavas y la Ciudad Deportiva hay una especie de circuito de 4 kms de asfalto totalmente nuevo sin tráfico, ideal para meterle caña, y por dónde sólo van ciclistas, algún runner y poco más. Rectas largas, cuestas poco pronunciadas (salvo un repecho de 300 metros), donde me salían medias de 28-30 kmh. SI uno quiere esquivar gente ya sabe, al carril-vieja o al JC1.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Se me rompió el GPS... de no usarlo.

Se me ha jodido la pantalla del pulsómetro, lo que en la práctica viene a significar que el cacharro entero se ha roto.

La libertad “literaria” que uno tiene cuando aporrea las teclas junto con la naturaleza propia del cordobés, exagerada hasta la hipérbole, me permitirían decir que se rompió haciendo un descenso a tumba abierta por el Kilauea, o que recibí un golpe de uno de esos tiburones que pululan por las aguas del Pacífico del que sólo pude zafarme tras una dura pelea en el que tuve que emplear el machete, o que sufrí una agresión del cabrón de Armstrong en la recta final del Maratón.

No, la verdad fue un poco menos épica. El muy inconsciente se cayó desde un mueble (mi entendimiento masculino me impide distinguir entre cómoda, sinfonier y todas las rarezas que no sean “silla”, “mesa” o “armario”, por lo que todo lo que no entra en alguna de estas categorías es, simplemente “mueble”). Ni la más portentosa de mis estiradas al estilo Casillas pudo evitar el desastre. Mira que ha corrido y rodado kilómetros y kilómetros, y va y se tiene que fastidiar con una simple caída.

Iluso de mí, pensé que la garantía podría cubrirlo o incluso el seguro de hogar. Pero qué gilipollas… al ver los términos de la garantía, ésta excluía expresamente accidentes (lógicamente), y el seguro de hogar tampoco lo incluye.

“Bueno” (le comentaba a los del servicio técnico), “al menos me cambiarán la pantalla. “¡¡No, no, qué va!!” (léase con un tono de sorpresa), “en estos casos lo que hacemos es sustituir la unidad completa”, “Vamos, que se rompe la pantalla y me dais un reloj nuevo”, “Sí”. Es decir, que lo de “servicio técnico” tiene poco de servicio y mucho menos de técnico. ¿Qué se rompe una pantallita? No hay problema, te vendemos uno nuevo. Esto es como si se te rompe el cable del freno de la bici y te dicen que ¿Speaking in silver? 180 pavos, casi como uno nuevo.

Lo que me jode no son sólo los 180 pavos (hay que currar bastante para ganarlos), sino el hecho de que no se pueda reparar una simple pantalla. La conexión GPS funciona, encuentra el satélite sin problemas, al igual que las funciones de medición del pulso. Entonces ¿por qué no se puede solucionar de una forma menos agresiva y más sostenible? Desde que en casa vimos el documental de la “Obsolescencia programa-Comprar usar tirar” estamos más concienciados con todo lo que se mueve alrededor de los ciclos de vida de los artículos de consumo. Si queréis ver dicho documental pinchad aquí .

Así que ya sabéis, si tenéis uno de estos delicados aparatitos buscadle un cómodo hogar donde descansar, alejadlos de las fuentes de calor, frío y electromagnéticas, protegedlos de golpes como si fuesen vuestros hijos porque un golpe de nada no supone un sanasana-culitode-rana y un pelotazo de trombocid. No, una leche es como las que da Gallardón, 180 pavos. Treinta mil calas.


miércoles, 10 de agosto de 2011

Caña con miedo

Después de darle descanso unos días al isquio de mis entretelas, esta mañana he vuelto a intentar meterle caña. Con un poco de cuidado, con la prudencia cruzando la tenue frontera de la cobardía, el primer kilómetro se me fue a 4:50, el siguiente (todo cuesta abajo) a 4:20, y así siete más a una media de 4:37, que las subidas y bajadas del JC1 son importantes.

Con esta media, después de haber salido de una mediolesión (una sobrecarga no es una lesión, coño, es un exceso de entrenamiento que se cura levantando el pistón), y con la expectativa de la futura temporada, he de plantearme qué carreras correr. Y es que de Septiembre a Diciembre hay muchas, muchísimas. ¿Aspiraciones? Modestas, diezmiles y poco más. El Maratón de NY, Boston o Chicago los dejo para otro año.

Por diversos motivos, no he tenido apenas sesiones anaeróbicas desde Mayo, dos ó tres. Troticochineos a punta pala, quizás demasiados. Así, a 4:37 me salen 153ppm (88% de mi FCMáx), cuando hace seis meses hacía 4:30 a 150ppm. El argumento de la temperatura no me vale, ya que esta mañana había 14ºC a las 07:30. Consecuencia: he de meterme más caña, que me estoy acostumbrando malamente a troticochinear.

¿Cómo? Bueno, con tres días a las semana de entrenamiento (cuatro, a lo sumo), al menos uno lo tengo que dedicar a currarme ese umbral anaeróbico. Otro a series (¡¡ya empezamos!!) y el último a rodaje (o rodajito, porque más de una hora no puedo sacar).

Teniendo en cuenta que:
• El Garmin mide siempre de menos (un 1-2% aprox).

• El terreno por donde entreno es 60% parque y el resto asfalto/carril-bici.

• Que entreno solo (es decir, sin ese factor “pique” que hace que tiren de ti en ocasiones) y siempre en ausencia del efecto dorsal.

Creo que estaría en condiciones actualmente de estar en torno a 4:20 en un 10.000 (el año pasado hice 4:14), con lo que bajar de 4:10 lo veo difícil, al menos en Septiembre. Quizás en Octubre, o Noviembre.

Hay una carrera a finales de mes, la de Madrid corre por Madrid que tiene buena pinta. No sé si está homologada, pero francamente no me importa mucho. Al fin y al cabo eso sólo le sirve a los profesionales o semiprofesionales, a quienes quieren tener una pulserita para entrar en un cajón en la San Silvestre y a ciertos runners de oficina que en lugar de MMP tienen “Personal Best”, como Usain Bolt.

No sé si caerá alguna más, al fin y al cabo se trata de pagar por correr, una cosa que siempre ha sido gratis. Además, qué coño, si de lo que se trata es de correr y no de vacilar de camiseta técnica en el parque también cabe la posibilidad de correr sin dorsal.

Todo esto viene a ser lo mismo que los propósitos de Año Nuevo o Septiembre, pero sólo que plasmado “antesde”. A ver qué pasa cuando vuelva de vacaciones.

jueves, 4 de agosto de 2011

Cuando hablo de correr

Cómo no. Antes o después tenía que leer (y escribir) del libro del que muchos corredores hablan maravillas, elevándolo a una categoría cuasi referencial. El libro de marras es “De qué hablo cuando hablo de correr”, de un japonés llamado Haruki Murakami. No tengo ni idea de la editorial, porque me lo he descargado para leerlo de gratis en libro electrónico, que para eso ya he pagado cuatro cánones (ordenador, pen drive, libro electrónico con su memoria flash) para que el hijodelagranputa del Teddy deposite la fianza y se vaya a navegar con Mamoncín en su yate por el Caribe este verano y recuperarse del mal trago de sus dos días en el trullo.

He de decir que me ha decepcionado, seguramente por las expectativas tan altas que tenía debido a las recomendaciones, aunque me quedo con lo bueno.

De lo bueno: la constatación de que la sempiterna preguntita “¿y no te da pereza salir a correr con el frío/calor/viento.. que hace o tan temprano/tan tarde?” es como la existencia de Dios, que trasciende de lo meramente antropológico. Se ve que aquí “y en la China” (como dicen los abuelos), todo lo que no sean las inquietudes propias se la trae al pairo al respetable. Pereza me dan cosas como meterme en un atasco de una hora diaria de ida (y otra de vuelta) para ir a currar, diez en total a la semana (vamos, igual que si hubiese que ir a currar un día más); pereza me da perder una tarde entera montando el Sinfonier Klaus o el Mueble del Salón Magnus por ahorrarme veinte pavos y todo sin moverme del coche o de casa.

Además, un enfoque que no había pensado antes. La tendencia a engordar es buena debido a que el cuerpo nos manda un mensaje de que nos estamos pasando con la comida o de que nos estamos tocando los huevos con el (no) “deporte” que hacemos. Vamos, que hacemos de la necesidad virtud. Parte del razonamiento de que en general se tiende a pensar en que estar delgado es una señal de buena salud, cuando es justo al contrario: no tenemos sobrepeso cuando tenemos hábitos saludables.

En cuanto a lo que no me ha gustado, varias cosas.

La primera, el estilo, que no sé si deberá a una pésima traducción o es que el japonés es un idioma simple al máximo (me da que no). Las frases casi todas simples, con no más de dos renglones. Apenas frases compuestas. Vamos, que la prosa de Dan Brown es Góngora al lado de la redacción de esta traducción (insisto en culpar al traductor).

La segunda, la estructura, con continuas saltos y vueltas atrás en el tiempo. Para una peli de Tarantino o para Los Miserables me parece bien, pero para un libro de 130 páginas me parece poco útil. Se ve que, tal y como escribe, se trata de una sucesión de reflexiones tomadas a lo largo de los años, por lo que en ocasiones se le nota algo deshilvanado.

Pero bueno, ¿qué coño hago yo criticando el estilo literario de un escritor? Es como cuando el triste JJ Santos se pone a hablar de fútbol. Menos mal que en el Mundial le pusieron a Paco González (por gentileza de Anido) y a Camacho para que le enmendaran la plana. Qué agonías, joder. Qué gran frase es ésa de “Hay que salir llorado de casa”.

Hablando de correr… poco nuevo puedo contar. De momento sigo trotando a 5:00 y en cuanto aprieto un poco, el isquio comienza a temblar y me entra el canguelo. Si al final va a ser bueno no correr (durante un par de semanas).
















jueves, 28 de julio de 2011

No sin mi GPS

Hace tiempo, sólo cabían dos posibilidades plenamente justificables que te hicieran dejar de correr. La primera es que Angelina Jolie o/y Brad Pitt (según gustos) te abordara/n a la hora de la comida y te pidiesen repetir la caída de Sodoma y Gomera. La segunda era que te hubieses olvidado los trastos de correr en casa, ya que no era plan de irte a correr con los castellanos o volver oliendo a tigre a la oficina (en el primer caso, por ser reflexivo, se perdonaba). Dado lo inverosímil de la primera debido a que seguramente estarían rodando lejos de tu oficina de extrarradio, sólo era posible la segunda.

Pero en estos tiempos de revolución tecnológica, una nueva causa se cierne en el horizonte, la de la inoperancia puntual de los cacharros que llevamos para correr. Los más frikis y los más pedantes utilizan el palabro “gadget”, que queda más “cool” pero que no deja de evidenciar una falta de uso de la memoria lectiva más allá del manual de instrucciones del penúltimo caprichito del niño.

Conozco a algunos autodenominados runners que han suspendido su entrenamiento porque el Garmin estaba sin carga. Totalmente ofendidos con la poca capacidad de la batería (es lo que tienen los cachorros tecnológicos, que si los usas se descargan) y no con su olvido la noche anterior de ponerlo a cargar, se vuelven a meter en el gimnasio poniendo a parir a la granputamadredelgarmindeloscojones”.

Y es que claro, si salieran sin la función GPS activada no podrían ganarle nuevamente al “Virtual Partner” que tienen configurado. Para los profanos, el “Virtual Partner” de los pulsómetros no es más que un tamagochi que no pide ni agua, ni comida; se conforma con que le saquen a pasear, aguantándose incluso las ganas de cagar. El “Virtual Partner”, además, es tan bueno y considerado que cuando te tienes que parar en un semáforo él se espera también, esté donde esté; eso sí que es un colega, y no los que te quieres sólo para beber cervezas y ver el fútbol.

Que yo sepa de lo que se trata es de que un cacharrito nos ayude a saber cuánto corremos, a qué ritmo, velocidad, diferenciando incluso entre fases de ascenso y descenso, por tramos…. Y no de que tengamos que correr cuando un cacharrito funciona.

En lo meramente deportivo, acabo de empezar esta semana corta madrugando, con un rodaje suave al principio pero creciente, terminando a una media de 5:00 para doce kilómetros a 140ppm. Al final noté una ligera molestia en mi isquio querido, pequeña, pero molestia al fin y al cabo. A ver si termina de desaparecer y puedo empezar a meter algo de caña a finales de semana.