No voy a hablar de esta gran novela histórica de
Ken Follet ambientada en la I Guerra Mundial y en sus consecuencias
geopolíticas y que, por otra parte, recomiendo.
Qué va, quería escribir de Lance Armstrong. Ahora
que se desmonta su castillo de naipes resulta que, como con la crisis todo el
mundo suelta por esa boquita “¡si ya lo decía yo…!”. Leña al mono, que es de
goma. Y es que todos somos muy listos. Con lo que me joden los listos.
Que el ciclismo en ruta no es un deporte cualquiera
es una obviedad. Apretarse durante tres semanas cuatro mil kilómetros a
cuarenta kilómetros por hora de media no se puede hacer con barritas
energéticas, sueros de glucosa, aquarius y solomillos de ternera sin riesgo de
sufrir ninguna pájara. Y más en los noventa y buena parte de la década pasada
en las que las etapas de montaña eran aún más largas, tenían mucho más desnivel
y no había jornadas de descanso como ahora. Los que sabéis de ciclismo más que
yo (casi todos) conocéis los desarrollos tan grandes que mueven estos bestias y
la cadencia que llevan sin parar durante horas.
Antes de que Armstrong fuese el campeón que fue en
el Tour era un deportista excepcional. Había ganado el Iron Man de Hawai,
deporte desde el que dio el salto al ciclismo profesional. ¿Se dopaba entonces?
Seguro que sí, pero no creo que menos que otros “Iron Men” más modestos.
Después vino el Campeonato del Mundo de Ciclismo
de 1993 y poco más hasta su enfermedad. Probablemente su prepotencia, su
soberbia y su inexperiencia (tenía 26 años cuando se le detectó el cáncer)
impidieron que mostrara todo su potencial. En 1999 eclosiona ganando un Tour, y
otro, y hasta siete seguidos con la misma autoridad con la que ganaba Induráin.
En un deporte donde los únicos ingresos provienen
de un patrocinador que evalúa a diario la cantidad de impactos en los medios
audiovisuales no cabe un líder con perfil bajo sino mediático, no cabe sólo el
trabajo bien hecho sino quién cruza primero la línea de meta o quién se sube al
podium. Si todo esto se adereza con unas gotas de sentimentalismo como la
historia personal de Armstrong ya tenemos el cóctel perfecto en forma de icono
¿Era tan bueno entonces? Sin lugar a dudas, sí. No
hay nada más que ver quiénes le acompañaron en los siete podia del Tour,
Ullrich (tres ó cuatro veces), Ivan Basso, Escartín, Vinoukurov… todos pillados
con el carrito del helado en la Operación Puerto y diversos controles
antidoping. Esto hace pensar que todos hacían trampas. Lo cual puede llegar a
ser comprensible en un deporte tan exigente en el que un minuto sobre más de
noventa horas de competición te puede llevar al infierno o a la gloria.
Armstrong era una mina de oro de la que todos
sacaban tajada. Nike pagaba sobornos para silenciar positivos. ¿Y las
pulseritas amarillas que se pusieron de moda entonces, para las que se
desarrolló un mercado negro por su desabastecimiento planificado? Había que
llevar una de esas pulseritas amarillas de los cojones, daba igual si ibas a
tirar la basura en zapatillas como a la boda del Principito de los Cojones.
¿Por qué sale ahora tanta mierda? Primero porque
las ratas son las primeras en abandonar el barco. Cuando se intuye que algo va
a pasar, y al grito de “maricón el último” todos hablan de la mentira en la que
vivían. Y ahí tenemos a sus ex”compañeros” rajando como perras, quienes, por
otra parte, también se llevaron su buen pellizco. Una mentira tan bien
sustentada y en la que participa tanta gente siempre se rompe por el mismo
lado, el de la codicia, que nos mueve a denunciar como despecho porque el otro
no ha cedido a la extorsión. Porque, además, la hipocresía está a la orden del
día. ¿Es que nadie se olía la tostada antes? ¿Tan gilipollas eran sus
patrocinadores acerca de algo que era vox pópuli? Vamos, no me jodas.
Si nos vamos más atrás ¿estamos seguros de que
Induráin no participó de una mentira de éstas? Su médico, Sabino Pastilla,
perdón, Sabino Padilla no tiene precisamente una gran reputación en el mundo
del deporte. Cuando se hizo cargo de la preparación de la primera plantilla del
Athletic, sus jugadores empezaron a rendir como leones haciendo honor a su
nombre. Por lo visto tenía una marmita donde elaboraba una pócima secreta. Misteriosamente
cesó su colaboración a los pocos años. ¿No era eso de lo que se trataba?

¿Servirá de algo dejar el palmarés del Tour en
blanco? Creo que de nada. Estas cosas podían intentarse en la Unión Soviética
en los años 20 con las manipulaciones que se hicieron para eliminar cualquier
rastro de Trostki pero ¿hoy en día? El nombre de Armstrong y del Tour (por su
necesaria participación en la mentira) están lo suficientemente manchados como
para no olvidarlo. Los dos únicos periodos en los que esto ah sucedido fue por
dos lindezas como las Guerras Mundiales de 1914-1918 y la del 39-45, casi nada.
Si saliesen historias similares sobre Induráin
¿reaccionaríamos tan vehementemente acusándolo y desposeyéndolo de todo?
Recordemos que a Contador la Federación Española de Ciclismo no lo sancionó
hasta que la UCI no les pusieron entre la espada y la pared, y en el caso de
Armstrong ha sido justo al contrario.
El ciclismo es tan grande que sobrevivirá a esta
época turbia. Volverán a salir campeones, si bien la sombra de la sospecha les
perseguirá mucho tiempo. Qué pena.