jueves, 24 de marzo de 2011

Rodando a 136...ppm

El domingo pasado fue uno de esos días de primavera en los que no había razón para quedarse en casa, salvo imponderables. Tanto para hacer deporte, pasear, jugar con los críos o tomarse una cerveza (“u dos”) o todo a la vez, cualquier razón era buena para salir. Desde las nueve de la mañana, con sus esplendorosos siete grados a la sombra y el sol luciendo en todo lo alto, hasta las siete y pico de la tarde con sus no menos agradables diecisiete grados.

Por la mañana tenía ganas de probar cómo se iba a un ritmo más cómodo. Esta vez me marqué como “objetivo” no pasar de 135ppm, adaptando el ritmo de carrera al cardiaco. A priori estimé que debería andar por 5:20, y no me alejé mucho, pues me salieron 136ppm a 5:16.

¿Para qué correr más lento si se puede ir cómodamente a un ritmo algo más rápido? En mi caso para proyectar cómo sería correr un eventual maratón con garantías de terminar con un tiempo decente sin petar en el camino.

A partir de determinado nivel de pulsaciones se cruza el umbral anaeróbico, y se empieza a generar ácido láctico, el cual se acumula en músculos y articulaciones y no se elimina durante la carrera. La saturación de ácido láctico hace que uno se dé de bruces con el temido “muro” del km30 si estás corriendo o que coja la temida “pájara” si hace ciclismo.

Para evitar que aparezca (más bien para retrasarlo, ya que el nivel de pulsaciones sigue una tendencia creciente a medida que avanza la carrera), en el entrenamiento hay que trabajar el umbral aeróbico (correr al trantrán de forma sostenida durante una hora/hora y cuarto) y, dicen, complementarlo en carrera con la ingesta de geles de hidratos (azúcar) para rellenar el glucógeno perdido, de ahí que te proporcionen bebidas isotónicas cada cinco kilómetros. En cuanto al umbral anaeróbico, se entrena yendo al ritmo anaeróbico de forma sostenida con objeto de incrementar la resistencia al lactato y, con ello, tener un mayor margen.

Da la casualidad que el tiempo del que dispongo entre semana no va más allá de lo aconsejado para los ritmos anaeróbicos (45 minutos, diez kilómetros). El fin de semana lo dedico al aeróbico, 15 kilómetros. A esto se le llama hacer de la necesidad virtud.

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